sábado, 26 de marzo de 2011

Razones Fundamentales

Ingresé al torbellino de luchas, victorias, alegrías y penas de mi pueblo de manera descarriada. En ese momento estaba desesperado por cambiar el mundo que me ha tocado existir: un mundo saturado de individuos inconscientes, desmemoriados, sin ideologías, con un fuerte desamor hacia sus semejantes y el entorno que los rodea. Por esos años, tomaba cada propuesta que se me presentaba como si fuera el arma perfecta para acabar con los que había tildado mis enemigos, que eran los que asumí enemigos de mi pueblo.

El periodo en el que fui universitario –época en la que esclarecí mis ideas y definí mis acciones –fue un momento particular en un mundo que agoniza entre sus escombros. Un paquete de cuatro años consecutivos trajo consigo la memoria de sucesos que cambiaron el curso de la humanidad, siendo particularmente acogidos y realizados por veinteañeros como yo.

Algunos de estos hechos fueron la muerte del Che Guevara, la revuelta estudiantil de mayo del 68, la matanza de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en México, Woodstock, el triunfo de la Revolución Cubana, la Reforma Agraria, el ascenso de la Unidad Popular, entre otros. Era lógico, entonces, que si estos sucesos agitaban mi corazón, me uniera a las filas de revoltosos que ansían nuevas alternativas de vida, distintas a la que insolentemente se nos han impuesto.

Paralelo a ello, durante esta época, en el país ocurrieron hechos que confirmaron lo que en el pasado y en los libros había encontrado. El 28 de abril del 2007, el Tribunal Constitucional lanzó los decretos 982, 983, 988 y 989 que criminalizan la protesta social bajo el argumento de pandillaje pernicioso, secuestro agravado y apología al terrorismo. Esta ley trajo consigo un baño de sangre de víctimas, cuyo único delito fue denunciar el abuso, olvido y la subordinación al que fueron sometidos. Además, estos crímenes, ejecutados por policías y militares, evidenciaron el deseo de “limpieza” por parte del Estado para cumplir su deseo de mostrar el rostro de un pueblo condescendiente a ceremonias bataclanas, como la CADE y la APEC.

Considerando estos hechos ¿cómo era posible que, mientras contemporáneos míos como Jonathan Condori eran despiadadamente asesinados por un ejército al servicio de un gobierno traidor, corrupto y criminal, en las aulas de mi universidad los jóvenes tuviéramos nuestras cabezas en asuntos banales, como la diversión adormecedora, el consumismo alienante o los problemas triviales del hogar? ¿Qué se creían nuestros representantes, que su cargo era un contrato que los hacía dueños de nuestras tierras y de nuestras vidas, manejándolas a su antojo? ¿Era admisible, acaso, que ese mismo gobierno recibiese descaradamente a George Bush, el líder de la república genocida en todo el mundo, la misma que en los años 60 trató de sofocar a heroicos pueblos como Vietnam del Norte y Cuba por medio del Napalm y el bloqueo económico y que, en el periodo que pisó nuestras tierras, estuviera en plena guerra contra otro pueblo (Irac), guerra que él mismo había montado para saciar sus deseos mercantilistas? ¿Qué esperaba el señor Alan García, que lejos de levantar nuestra voz de rechazo y protesta, callaríamos sonrientes y de rodillas?

No se podía estar de acuerdo con semejante barbarie. No aceptábamos estos hechos y no se los perdonábamos a los responsables; menos, la actitud de quienes sabiendo la magnitud de las consecuencias, hacían de cuenta que nada ocurría o peor aún, que no dañaban. El abuso y la hipocresía fue el combustible que encendió pequeñas llamas en una pradera de ignorancia, miedo y desinformación.

Pero la furia y las acciones, como todo en la vida, fueron progresivas, de menos a más. Al principio me limitaba a escuchar las grandes hazañas de unos pocos maestros que lograron sembrar la semilla de la revolución: gente valiosa, cuyo único deseo es ser testigos de un despertar juvenil. Gracias a ellos, poco a poco utilizaba las propuestas que tenía a mi alcance para descargar estos sentimientos que estaban dentro de mí y que son legítimamente vigentes.

Una de las primeras tribunas fue la revista Día 30, un proyecto nacido en mi facultad que, de no haberse frenado ante el silenciamiento de los poderosos ni haberse corrompido en sus objetivos y temas, hubiese sido, tal vez, una verdadera tribuna revolucionaria manejada por los jóvenes y dirigida hacia las juventudes.

En ese espacio, por talento o necedad, lograba esquivar las banalidades de mis comisiones y ser insistente en las cuestiones que creo importantes: definir nuestra identidad de pueblo y clase, denunciar los horrores que había descubierto, sembrar una propuesta –que no era otra cosa más que unidad y lucha –e incentivar a realizarla.

Paralelo a ello, durante esta turbulencia, nace también Runakuna, un espacio que formé impresionado por Quilapayún, Víctor Jara, Inti Illimani, Violeta Parra, Rolando Alarcón, Illapu Silvio Rodríguez, Atahualpa Yupanqui, Carlos Puebla, Chico Buarque, entre muchos, que utilizaron al arte y, particularmente al canto popular, como un arma de lucha, unidad, cambio y revolución.

Los tiempos avanzaron y el camino se fue ampliando: las experiencias y verdades recogidas en las esparragueras gracias a los trabajos de verano, nuevas compañeras y compañeros que me hicieron entender la amplitud y la diversidad del mundo y, las alternativas sembradas por el arte, dilataron el camino de reforma y afianzaron mi horizonte. La suerte estaba echada y no había otra alternativa: era cuestión de tiempo y un último empujón para que todo fluyera en coherencia a lo que se estaba gestando. Este fue el preámbulo que dio origen a lo que más adelante sería la Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos, CEPEDEH.

Luego de haber participado en la protesta contra el alza de los pasajes de transporte público que los estudiantes de la Universidad Nacional de Trujillo habían organizado, llegó el famoso 5 de junio sangriento, el “Baguazo”. Para ese momento, varios estudiantes ya conocíamos el atropello del Estado dominado por el partido aprista y el neoliberalismo, no sólo a través de los diarios, sino también en carne propia. En una hazaña que se organizó en repudio a la llegada de George Bush, unos compañeros fueron injustamente arrestados en medio de la noche por el Servicio de Inteligencia Nacional y acusados por la prensa fascista de terroristas y pandilleros. De igual forma, otro compañero fue brutalmente golpeado por el mismo organismo en un acto de solidaridad con los sindicalistas azucareros y, durante el proceso que dio origen al 5 de junio, varios compañeros, tanto bagüinos como trujillanos, estuvieron al tanto de la situación y alertando sus consecuencias a los estudiantes.

Del ideal a la acción, de la acción al fracaso

El día 5 de junio, a las 9pm aproximadamente, un noticiero había informado los crímenes ocurridos en Bagua. La prensa oficial, sirvienta del sistema, dio a entender que los responsables de aquel suceso eran los indígenas que, según ellos, en un acto “terrorista”, se habían opuesto al “desarrollo” del país. En ese momento, un muchacho de mi facultad me comunicó que habría una reunión a primera hora del día siguiente para manifestar nuestra solidaridad.

Era frío y oscuro aquel sábado en el que un puñado de jóvenes nos reunimos en la casa de unos compañeros de Bagua para saber, a viva voz, lo que verdaderamente estaba ocurriendo. Después de llegar a unos acuerdos, salimos decididos a denunciar abiertamente la masacre de la que ya todos estábamos enterados.

Al principio, denunciábamos los crímenes casi a ciegas, recopilando una que otra noticia, enlazándola con la información pasada e invitando a los transeúntes a sacar sus propias conclusiones. No dudamos un momento en alzarnos y revelar los horrores ocurridos: de calle en calle, conversábamos con jóvenes y les explicábamos lo que estaba ocurriendo para invitarlos a solidarizarse con las víctimas de los crímenes realizados por el APRA.

Todo ello iba teniendo cierta reciprocidad, pero sabíamos que no bastaba la solidaridad y la intención: era necesario saltar de lo subjetivo a lo real, ser portavoces de lo ocurrido y narradores de los hechos para que a través de la lógica, naciera la acción solidaria como respuesta consecuente a la ética y la conciencia individual.

Bajo ese criterio, hicimos una especie de periodismo callejero y descubrimos cosas que hasta el momento eran increíbles para nosotros, asumiéndolas como imposibles en nuestro espacio y tiempo: los crímenes ocurridos en Bagua eran más graves de lo que pensábamos… cuerpos agrietados por balas militares, la DINOES a cargo del operativo, cadáveres desaparecidos, estado de sitio en la zona, policías degollados y un ejército confundido que fue a enfrentar a sus hermanos por S/. 6.50; era como vivir una película de Costa Gavras a cada momento.

Pero increíble fue también la reacción de los estudiantes y algunos profesores. Los espacios que utilizamos para las asambleas que salían del momento eran llenados por jóvenes que participaban de lo que nosotros explicábamos y sustentábamos a través de las llamadas telefónicas que recibíamos o de los videos que encontrábamos. Además, con cada asamblea realizada, el puñado de jóvenes que iniciamos esta movida, fue convirtiéndose en un cordón de compañeras y compañeros que se unieron a todo el proceso de organización y difusión.

Durante esa semana, había un equipo que apoyaba en todo: estaban los compañeros que se pasaban horas de horas investigando en internet, recopilando información, descubriendo que el mundo entero denunciaba esta masacre y que sólo en el Perú había un silencio terrorista, los que nos daban breves cátedras de terminologías y etimologías para entender perfectamente la situación y los argumentos, los que nos abrían los espacios que creíamos imposible abrirse para estas circunstancias –como la sala de conferencias de mi universidad –, los que salíamos a conversar con los estudiantes, explicarles los hechos de la manera más entendible e invitarlos a unirse a lo que estábamos haciendo y los que se encargaban de registrar estos actos.

Si bien la masacre en Bagua fue un acto desgarrador e imperdonable, es cierto también que esta herida trajo consigo la conciencia de jóvenes que jamás habían sido conscientes y la participación comprometida de los que hasta ése momento se mantenían distantes.

La solidaridad en nuestra pequeña comuna fue fuertísima y los lazos que se forjaron fueron robustos. Durante toda esta ola, no sólo se hablaba de la masacre en Bagua –que era el tema principal en las reuniones –, sino que se discutían diversas alternativas que debíamos tomar para que los jóvenes tuviéramos una voz formal en los asuntos políticosociales de nuestros pueblos. En ese momento, además del asunto ocurrido en la zona norte de la Amazonía, 280 conflictos internos teñían de sangre las diversas regiones del país y nosotros seguíamos atentamente estos actos: protestas en Cuzco, Puno, Ayacucho, La Oroya, Cajamarca, Pataz, Callao y Trujillo iban marcando nuestras ideas y focalizaban los centros de acciones. Además, dentro de mi universidad, estábamos ansiosos por tumbarnos el reglamento fascista e inconstitucional que prohibía la organización política de los estudiantes, destruir la currícula estafadora impuesta por los empresarios y hacer de la universidad un caldero de propuestas, un arma revolucionaria a la medida de las circunstancias que nos había tocado vivir.

Gracias a ello, nacen los diversos talleres y conversatorios que CEPEDEH organizó, según la magnitud de los hechos. El primero que realizamos fue un foro titulado “Medio Ambiente en Caos y Especies en Peligro”, a fines de septiembre. En él, tocamos cuatro puntos fundamentales, el activismo social apuntando hacia la lucha de clases, o sea, el socialismo y el cuidado de los recursos naturales, o sea, el ecologismo; también denunciamos los decretos que Criminalizan la Protesta Social, los faenones, la lotización de la Amazonía y la actitud apañadora de la prensa capitalina frente a estos hechos.

Pocos meses después, en el marco de la prohibición de la píldora del día siguiente, hicimos otro foro estudiantil para tocar el tema del aborto desde un punto de vista legal, social y político. Además, en los periodos inactivos del colectivo, aprovechábamos para conocer otros espacios donde ampliar las bases de las juventudes y cooperar en las luchas de los trabajadores. Es así como, después de tropezar en distintos movimientos y sindicatos, logramos formar entre los jóvenes de todas las universidades de Trujillo la Red Juvenil de Derechos Humanos y, entre los adultos, la adherencia a la propuesta de Tierra y Libertad.

Sin embargo, a medida que íbamos formándonos ideológicamente y definiendo las acciones, la efervescencia producida durante la masacre en Bagua disminuyó y no pasó mucho tiempo para que las juventudes enfriaran su fiebre solidaria; sumado a ello, varios sucesos desencadenados posteriormente a la Marcha de la Paz ocasionaron el principio del fin de nuestra breve conciencia colectiva.

En mi caso, el primer golpe que me empujó hacia las sombras del aislamiento fue el súbito e inesperado retiro de la colaboración en la revista Día30. Hasta ese momento, había conseguido ser el coordinador general y ese cargo, de alguna forma, era la apertura a nuevos contenidos. Teniendo la conciencia popular clara y definida, contactos e información, lo único que faltaba era pulirnos como redactores para que el espacio fuera una tribuna revolucionaria no sólo en la información, sino también en el estilo y el formato.

Pero la idea de utilizar la revista como un espacio de difusión de ideologías y propuestas al servicio de la superación social, se desmoronaron con la misma velocidad que se desmorona un castillo de naipes. Paralelo a la sorpresa de mi reemplazo en el cargo mencionado, se censuraron dos textos que había escrito respecto a conflictos en la Universidad Privada Antenor Orrego y la masacre en Bagua. Esa actitud fue lo último que recibí por parte del comité encargado de la revista, ya que al inicio del nuevo ciclo no se me volvió a convocar a la participación de nuevos escritos ni a la solución de sus crisis, manteniéndose ese exilio hasta el día de hoy.

Pero la censura y la expulsión que sufrí en aquella revista no fueron tan graves como el aislamiento y el rechazo que sufrió CEPEDEH en la masa estudiantil. Si bien es cierto, durante las movilizaciones que hicimos para invitar a los estudiantes a solidarizarnos con los hermanos de Bagua fuimos acogidos por las juventudes, estaba claro que también éramos elementos peligrosos para aquellos que temen un cambio y desean continuar su vida como siempre la han conocido. Por lo tanto, era obvio que esta gente no se quedaría tranquila de ver cómo les derrumbábamos sus obsoletas normas. Antes que eso, nos derrumbarían a nosotros.

A partir de ese momento, se sembró y esparció una campaña terrorista contra nosotros por todos los espacios donde habíamos estado. Jóvenes de las universidades que, en su momento, apoyaron en un 100% las actividades, repentinamente se alejaron. Algunos alertaban temores de seguir por este camino, otros, simplemente, se los tragó la tierra. Sumado a ello, los compañeros y las compañeras que estuvimos metidos en CEPEDEH, impulsándolo con mayor compromiso, nos fuimos separando por razones personales. Algunos decidieron irse de Trujillo porque habían asumido que acá era imposible sembrar semillas de revolución: creían que no había otra salida que irse a Lima. No obstante, los que quedamos acá, seguimos impulsando CEPEDEH, asumiendo que el espacio donde se tenía que armar el organismo y convocar a los estudiantes era mi universidad.

El acuerdo se determinó de esa forma porque, de los que quedábamos, en su mayoría, éramos de la UPN –sólo un compañero era de La Nacional –; además, llegamos a la conclusión de que mi universidad era un espacio virgen donde nunca se habían tocado estos temas ni se habían impulsado estos organismos y creímos que ése era un buen argumento, ya que no chocaríamos con oxidados arquetipos respecto a la política.

Sumado a ello, en el verano del 2010, el rector convocó a un puñado de jóvenes de las facultades de arquitectura y comunicaciones; jóvenes que, según explicaron, eran verdaderos representantes de su facultad. La razón por la que hubo dicha reunión fue la catastrófica respuesta por parte de los estudiantes en una encuesta que realizaron. El objetivo era conocer las causas y proponer sus soluciones. Por lo tanto, pese a que el espacio y la convocatoria había sido totalmente distinta a la que se acostumbró en CEPEDEH, era evidente y tentadora la oportunidad de denunciar los abusos en la universidad y manifestar nuestras inquietudes: por primera vez se había invitado a un muchacho militante a dar un punto de vista y por primera vez se me abría una puerta verdaderamente útil.

La reunión había sido prometedora, ya que se acordó, bajo promesa, que el rector nos enviaría un borrador de reformas a raíz de las cuestiones demandadas y nosotros las supervisaríamos agregando acotaciones de ser necesario. Parecía que todo fluía acorde a los planes que se había diseñando al interior de CEPEDEH.

Del fracaso a la victoria

Nunca sabré si verdaderamente hubo un complot por derrumbar los deseos de los estudiantes o simplemente nos tantearon y supieron que no éramos capaces de nada; lo que sí tengo claro es lo que pasó después: catástrofe total. El rector nunca nos envió las reformas, ni sus disculpas ni nada. A raíz de eso y de nuevos abusos –como el alza injustificada de las pensiones –, me atreví a escribirle una carta, creyendo inocentemente que recibiría el apoyo masivo de los estudiantes y que todos pujaríamos por imponer nuestra posición.

Casi nadie manifestó su apoyo y, quienes lo hicieron, no eran los indicados para ponerse a la cabeza de esta nueva lucha. La suerte, una vez más, estaba jugada y teniendo a la soledad como testigo, los siguientes actos, tercos y polarizados, sólo lograron aislarme y expectorarme del devenir estudiantil. Por las aulas de mi facultad corrieron leyendas totalmente descabelladas pero altamente arrolladoras, creándome una imagen de renegado y subversivo que terminó espantando a los estudiantes. Hablar de política era un caso perdido porque las personas que en un momento tuvieron un acto solidario y formaron CEPEDEH, se alejaron completamente y se mantuvieron, ya sea por miedo, flojera o ambas cosas, tácitos en lo que ocurría, negando cualquier vínculo que en algún momento los relacionó. Sumado a ello, la ira y el rechazo por parte de los profesores y alumnos neoliberales, generó el combustible que hizo cenizas todo lo que en su momento se había realizado, utilizando sus medios para difundir descaradamente su propaganda aterrorizadora.

¿Qué queda, entonces, de todo lo que hicimos? Desde el punto de vista objetivo, nada, porque CEPEDEH, el colectivo, se ha quebrado y los miembros que apoyamos en su formación nos hemos alejado; actualmente, cada uno lo impulsa desde los diversos espacios que las circunstancias nos han ido presentando, adaptándonos a una nueva etapa de nuestras luchas y vidas.

En mi caso, debido a nuevas obligaciones que se me han venido presentando, me he limitado a recoger los pedazos rotos y rescatables de Runakuna que, tras fuertes crisis similares a las que ha sufrido CEPEDEH, reinicia nuevamente, corrigiendo viejos defectos y optando por nuevas acciones.

Pero la vida del hombre y las relaciones humanas no se limitan sólo a lo objetivo, a los hechos. La vida también es un archivo de aprendizajes, ideales, sentimientos y propuestas. Desde ese punto, CEPEDEH es mucho para quienes pensamos que podemos cambiar el mundo desde nuestra condición de seres humanos comunes, de estudiantes y trabajadores, hombres y mujeres convencidos en que sólo a través de la unión está la verdadera fuerza y que para lograrlas, es necesario aprender y aceptar a los demás, sin complejos de superioridad ni aires de imposición.

Desde este punto de vista, nuestra Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos es y será siempre un saco cargado de vivencias y sueños que siguen más legítimos y vigentes que nunca, dispuestos a reinventarse y ejecutarse en el momento y espacio que les sea otorgado.

Todo ello nos impulsa nuevamente a prepararnos con mayor agudeza de como lo hicimos la vez anterior, tomando todos los espacios que nos sean posible para escuchar y que nos escuchen. Pues, si bien fueron ellos los que ganaron la mencionada batalla, queda claro que aún falta conocer el resultado de esta guerra. Por ello, no debemos extraviar ni una semilla de revolución. Debemos utilizar todos los espacios, todas las tierras y todos los arados para sembrar nuevamente y confiar en nuevos resultados.

En mi caso, conociendo y comprometiéndome con los temas relacionados a la realidad de mi pueblo y sus alternativas de superación; pero, sobre todo, en la insistencia de cooperar a través del arte y la poesía, la creación y la imaginación como verdadera finalidad de todos estos deseos.

Respuesta a la ficha de postulación para el XIV Taller Descentralizado de Formación Integral en DDHH

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