jueves, 28 de octubre de 2010

Cuando se es en donde no sirve ser

Qué hacer
con las canciones
que no encuentran su voz,
con las palabras
donde escasea el papel,
con los colores
en un mundo gris,
con las ideas
si no hay cerebros.

Con la lucha
en un mundo mediocre,
con los senderos
entre los cojos,
con la arcilla
frente al manco
con la belleza
entre tanto ciego.

Qué hacer
con la verdad
entre los mentirosos,
con las ansias
entre los viejos,
con la rabia
entre los contentos,
con la vida
entre tanto muerto.

Con las lágrimas
si no hay consuelo,
con los peines
entre los calvos,
con ideales
entre mundanos,
con un fósforo
en el hielo.

Qué hacer
con la honestidad
si solo hay traidores,
con las ganas
entre desganados,
con la firmeza
entre los quebrados,
con la osadía
entre tanto cobarde.

Qué hacer, sino,
fortalecer los brazos,
nadar a contra corriente
o ahogarse en pleno tramo.

jueves, 24 de junio de 2010

Travesuras de dos milicianos

Dedicado a Jaime y Gaby

Cuando se encuentra en una trinchera, pocas son las veces que uno se atreve a dejarla: en tiempos de guerra, un mal paso puede pulverizar la historia. Estar detrás de esos sacos de arena brinda la seguridad necesaria para el reposo, calmarse del ataque recibido, tomar aire y prepararse para la defensiva.

El día a día no resulta ser muy distinto: cada debate, cada palabra, incluso cada paso que se da, muchas veces es la ofensiva o defensiva de esta guerra que hemos bautizado como vida. En nuestro país, donde la diversidad ha sido asumida, más que como un derecho, como una obligación, más que como privilegio, como un peligro, más que con orgullo, con vergüenza, nuestras trincheras tienen distintos matices: trincheras raciales, trincheras teológicas, trincheras generacionales, trincheras de clases sociales.

Teniendo clara la naturaleza caótica del espacio vital, se ha reconocido que salirse del bando perteneciente es sumamente riesgoso para quien no sabe a lo que se enfrenta o peor aún, no sabe cómo hacerlo. Entonces, si dicha acción es totalmente temeraria, bajar la retaguardia al enemigo o peor aún, intentar conocerlo, entablar una relación y llegar a estimarlo, definitivamente sería una sentencia de muerte, una carta de traición.

Pero no siempre es así, no siempre el enemigo tiene cara de enemigo o el compañero cara de hermano. A veces los uniformes y los colores son impuestos por generales directores de esta guerra y, muchas veces, va en contra de los milicianos. Por eso, como diría Fabrizio de Andrè en una de sus canciones, muchas veces nos encontramos con hombres al fondo del valle que tienen nuestro idéntico humor, pero el uniforme de otro color y estamos obligados simplemente a disparar.

La vida es similar; a veces las buenas personas no elijen ser viejos, ser empresarios o trabajar catorce horas al día en una minúscula sala en vez de ir a la universidad, o leer del arte americano. Pero la vida y sus exigencias, las necesidades y la indiferencia obligan a dejar los anhelos atrás y hacer lo mejor posible dentro del escenario impuesto.

La relación de quien escribe con Fabiana Cruz, administradora de la empresa de publicidad digital PubliAvisos, no es muy distinta a la de dos milicianos que descubrieron que sus diferencias se enraizaban simplemente en el color de la chaqueta. Los conflictos existenciales también resultan ser similares: disparar de tal forma que no le caiga una bala. Sin embargo, el cariño nacido en medio del caos resulta ser mucho más lúcido, más sincero que aquel sentimiento que nace en la abundancia y el derroche.

¿Este sentimiento tendrá esperanza de botar una que otra retama por ahí? Yo creo que sí, en cuanto se fortalezcan las igualdades y nos emancipemos de las diferencias. Finalmente, una de las cosas que nos hace radiográficamente iguales, es el sincero deseo de dejar un mundo mucho mejor del que recibimos.

Los Recursos Inhumanos

Las empresas de hoy, en su particular juicio, han decidido aglutinar a sus trabajadores –sin importar que sean obreros, campesinos, empleados o contadores –en una inmensa masa productiva bautizada como Recurso Humano. En la actualidad, se le tiene respeto y consideración. Los nuevos empresarios, más civilizados que los de antes, afirman que esta bola merece un trato justo; esto se traduce en saludos cordiales, sonrisas anchas, pedir bien las cosas y una infinidad de actitudes que aseguran mejorar el clima laboral.

Los trabajadores, por otra parte, han reconocido que ser saludados, recibir una sonrisa a las siete de la mañana, decir por favor y gracias es una cadena de actitudes que ha cambiado notablemente su clima laboral. Esto, dicen, es mucho mejor que una buena paga; incluso, cuando no exista.

Pareciera que todo fuera tan sencillo, que –hasta antes de 1989 –los problemas bélicos tenían su origen en no darse la mano entre rivales, la hambruna mundial se limitara simple y llanamente a un ¡buenos días! con olor a mentita, el principal problema de opresores y oprimidos económica, social y culturalmente se enquistara en los buenos modales y que, extirpando dicho cáncer, el planeta reflorecería, las diferencia entre ricos y pobres se desvanecería y los caballos galoparían. Pareciera, pero no es así.

Si bien los buenos modales contribuyen en gran medida a un entorno laboral adecuado y con ello, una mejor producción, esto no quiere decir que sea el factor principal del problema de los trabajadores; por lo tanto, realizarlos no conlleva a su solución. Más bien, la cordialidad es una es una condición que, antiguamente, era fundamental para que cualquier individuo sea socialmente aceptado.

Karl Marx dedicó su vida al estudio de la problemática laboral. En sus análisis, llegó a la conclusión de que el problema de los trabajadores explotados es un conjunto de situaciones objetivas cocinadas en la economía. En otras palabras, si una sociedad está jodida es porque existe una enorme desigualdad en la distribución de su riqueza, generando millones de seres humanos despojados de todo elemento de vida, viéndose obligados a vender su fuerza de trabajo (aún cuando ésta sea incuantificable) a unos pocos ricos que manejan las leyes y la información con el objeto de argumentar su delincuencia.

Este círculo vicioso es sostenible gracias a la excesiva producción de objetos y servicios, haciendo del consumidor un consumista y subordinando al trabajador a la condición de objeto dentro de la fábrica, valorándolo tan igual o menos que un camión, una tonelada de cadenas o una faja peladora.

Debido a ello, el trabajador no está involucrado en lo que realiza: no sabe lo que hace y no puede consumirlo. Así, el empresario capitalista le arranca su condición humana y le impone la alienación, desmereciéndolo de un trato humano pues, siendo objeto, pierde ciertas facultades como la conversación, la agrupación, el ambiente laboral adecuado, la opinión, la decisión sobre su vida o el derecho a rechazar algo.

En la actualidad, la situación de la neobola conocida como "Recurso Humano" no ha cambiado mucho de cuando se los conocía como trabajadores o proletarios. Después de cien años de haber desenmascarado la verdadera situación de la economía capitalista, la opresión social del liberalismo, la propuesta del comunismo, el colapso de algunos gobiernos socialistas y la invención de nuevas reformas radicalmente ecológicas, el trabajador aún sigue en la alienación que lo rebaja a la condición de máquina, disponiendo el patrón de todo, incluso, de variar sus nombres y escenarios que permitan mejorar su careta para explotar con mayor descaro e inventar artificios que permitan aceptar y volver necesario este crimen.

Nuestro país –transformado hoy en marca – cobija a empresarios que han aprendido muy bien a disfrazarse y ejecutar todas las recetas que les llegan de afuera. En la actualidad, el empresario peruano mima trabajado de la misma forma que el mecánico lo hace con su carcocha. El patrón, conocido ahora como líder, le da grandes dosis de falsas reformas que hacen creer su importancia y respeto. Sin embargo, el "colaborador" todavía vive subordinado y explotado, pues aún fabrica, distribuye y vende aparatejos inservibles como pieza de cambio para su sobrevivencia: sobrevivencia aún más alienada, ya que en será obligatorio consumir toda esa porquería con un pedazo de plástico que le hará ver la vida con "otra perspectiva", pues con la tarjeta de crédito todo es posible, menos, la capacidad de elegir, si quiera, una mejor paga.

Pero la cosa aquí no termina. En la actualidad, la inmensa bola del Recurso Humano ha asumido la supuesta importancia del líder, ya que este personaje gasta toneladas de dinero en terapias para quitar el estrés producido por la frustración de estar sentados dieciséis horas al día cuadrando facturas de hace tres años.

Los colaboradores, especialmente los de las industrias agropecuarias, han traducido el abuso de los accionistas en una extraña forma "equitativa" de asumir el reto: cuando la producción es baja soportan el ajuste salarial porque reconocen que la empresa debe mesurarse en sus gastos a fin de no golpear su capital durante esta dura situación. Sin embargo, cuando los tiempos grises se despejan con una exquisita sobreproducción, la equidad se desfigura y se transforma en un enorme embudo, donde la parte que acumula los millones está mirando hacia arriba.

Para terminar, es curioso que ahora secretarias y gerentes, contadores y guachimanes sean íntimos amigos y salgan de pichanguita. Ahora ya no existen verticalismos: el jefe se quitó la corbata y se remango la camisa. Ahora López y Nicolini se tratan de tú a tú y no existe ni racismo ni clasismo, porque ahora todos somos iguales, todos importantes.

Si nuestra situación fuera tan hermosa como se rumora ¿por qué son tan temidos los cargosos sindicatos? En la industria de nuestro país, hoy más que nunca se ha desfigurado la finalidad del sindicato y se ha satanizado su existencia. En algunos casos, porque aún sigue el trauma de la situación vivida en los años ochenta –aunque ignoren las causas que determinaron que así fuera –, otros porque el patrón líder así lo dice y repetir está de moda: sobre todo, si la voz llega de arriba. Sin embargo, prohibiendo la institución formal de opinión y decisión dentro de una empresa ¿no se aliena aún más al trabajador y se castra su condición humana?

Si los lectores estuvieran de acuerdo con estas ideas, sería bueno poner manos a la obra en el asunto y comenzar a cambiar –que no es igual a revertir –la situación. Sino, si se cree que este es otro discurso con tintes de resentimiento y amargura, quizá en este momento me esté dirigiendo a una plancha o tal vez a una lavadora que alguna vez, en algún momento de su existencia, se lo conoció y se reconoció como ser humano.

martes, 2 de marzo de 2010

¿Por qué estoy en contra de empresas como la Coney Park?

La empresa privada, en muchos aspectos, conlleva siempre a debates encontrados y conclusiones que, sin querer, rondan las zonas de la metafísica. Por ejemplo, podríamos hablar del sano y biológico deseo lúdico estampado en la compleja composición genética del ser humano: característica común entre nuestros parientes cercanos, los animales mamíferos.

Umberto Eco, un semiólogo de alguna parte de este convulsionado mundo, en uno de sus artículos* habla del placer por ejecutar este deseo. Realizar algo por querer hacerlo, sin obligaciones de por medio, es un ejercicio que relaja la mente y permite desarrollar la creatividad intelectual. Por ello, las sociedades reservaron un espacio anual para dedicarle un tiempo absoluto a esta acción: en algunas sociedades, este espacio temporal se conoce como carnaval y en todas, la condición para dar paso a realizarlo es celebrarlo una sola vez e intensamente, pues la constancia castra el goce de dicha acción.

Nuesta civilización, formada a partir en 1989 -año en el que nace un nuevo periodo socioeconómico -manifiesta una situación extraña para quienes más o menos escanean con cierta constancia el devenir del ser humano: hombres y mujeres comenzamos a carnavalizar nuestras vidas. Esto no significa, como se entendería en un cándido raciocinio, trabajar menos y divertirse (holgazaneando) más, sino que los hijos del neoliberalismo hemos hecho de nuestras horas laborales y de toda nuestra vida un carnaval.

Vivimos en un carnaval las horas enteras que nos pegamos a un televisor, recibiendo resúmenes oníricos de nuestra realidad y grandes dosis de sicodélica fantasía. Son carnavelezcos los chats que realizamos a escondidas y oscuras, creándonos un mundo inexistente en el que somos más hermosos y estúpidos. Disfrutamos de esta pachanga cuando nuestros pulgares derraman toneladas de relaciones ciberbobopersonales tejidas por frasecitas que se manifiestan a través de pequeñas ratas polifónicas, resumiendo a través de jeroglíficos limitados ¿cómo estás? o ¿qué estás haciendo?

Se han carnavalizado también los elementos que forman el carnaval, cuando el juego dejó de ser una antítesis al trabajo, industrializándolo, saturándolo y dejando el placer lúdico en segundo plano: actualmente, ya no interesa el deseo de distracción, que tranquilamente puede saciarse con dos o tres chapitas, un trompo o una bicicleta bajo una quebrada. Ahora, la prioridad es el antes, durante y después de aquella masturbada cerebral que redefine al juego y que tanto los mocosos, como los mayorcitos, nos damos enfermas sesiones dentro de aquellos aparatos mecánicos, tragaderas de químicos y consumismo que nos deja, finalmente, tan vacíos y ansiosos de más, que cuando lo estábamos al principio.

No obstante, la humanidad, que siempre tiene ases bajo la manga, logra mutar sus costumbres, adaptarse e incluso, sacarle provecho a situaciones duras. Quién sabe, en algún momento el trabajo dejará de ser represivo e injusto y finalmente obreros y campesinos vayan al cielo en un colorido corso, pues con una religión hecha carnaval, hasta dios puede vacilarse aunque tenga barbas y cabellos color blanco –recordemos que el “papa santo” lo hizo con una colombiana de ombligo sexy y el Opus Dei no se dio de puñetazos en el pecho–.

De momento, los trabajadores de este parque de diversiones mundial, fundado en 1989, se sienten los más importantes en sus empresas porque son aplaudidos, fotografiados y tienen en su agenda cibernética los correos de miles y miles de parejas que les hacen llamadas mediante apodos realzantes de inexistentes atributos, agenda que se la "empujó" la empresa telefónica vecina a la que trabaja, sin importarle que este pobre diablo tenga un contrato de tres meses, un horario de medio tiempo, prohibición el sindicato y un sueldo de 600 soles mensuales por seis días de trabajo. Incluso, en nuestros gloriosos días, el abuso ha sido carnavalizado.

Para finalizar, es justo meditar acerca del lema que, según la Coney Park, rige sus prioridades: “Sana y segura diversión familiar”. Mediante esta frase, saltan como canchita caliente ciertas dudas al respecto, ya que resulta difícil encontrar los parámetros de sanidad y los niveles de seguridad en un juego que despedaza gente como si se tratara de podar el jardín o en un bullerío atroz que sólo deja más aturdidos a los niños: sería bueno descubrir la mejora de la comunicación familiar en un espacio donde cada uno escoge un juego individual que más que juego, resulta ser un planeta que escurre cerebros para que luego de la sesión quede aún menos que decir.

Pues bien, de no existir una garantía de sanidad ni seguridad, entonces habrá que tener mucho cuidado al salir de casa. No vaya a ser a que después de haber saltado a la práctica literal de un viejo chiste en el que un fulano se acerca insinuante a una mengana y le pregunta: “señorita, ¿qué hará después de la orgía?”, saltemos a un futuro y trágico refrán en el que un pequeño se acerca airado a otra pequeña y le pregunta: “habla pes tía ¿qué harás después de dinamitar tu cole?”.


*El artículo del semiólogo que proviene de alguna parte de este convulsionado mundo se llama “Del juego al carnaval” y está adjunto, a muchos otros, en su libro “A paso de cangrejo”.

martes, 2 de febrero de 2010

¿Aliados o rivales?

El siguiente texto no busca criticar a la Universidad César Vallejo en particular, sino a las empresas maquilladas de académicas en general. El sujeto fue elegido de manera circunstancial, siendo el pretexto para la crítica sistemática

La humanidad, en su nueva etapa socioeconómica –aquella que iniciada en 1989 –asumió ciertas manías que nunca, en toda su historia civilizada, lo había hecho. Para algunos, dicha etapa –aunque ya viene agotándose – es la más productiva que jamás se haya registrado; otros, por un análisis mesiánico o por los resultados que se vienen registrando, lo anuncian como el apocalipsis financiero y para el resto, o sea, los de mi generación en adelante, ni siquiera es percibida y se asume el actual sistema socioeconómico de la misma forma que la necesidad del oxígeno: desde siempre ha sido así.

Dichas actitudes nos han llevado a reconocer, rechazar o ignorar ciertas políticas sociales. Sin embargo, una charla dictada por los asesores de imagen y ventas de la Universidad Privada César Vallejo, ha hecho recordar los nuevos negocios y con ello, criticar el estilo de vida de un ser humano neoliberal.

En la actualidad, poco o nada se discute sobre el fin supremo de las universidades –ni si quiera la definición que llevó a fundarlas –y se entiende la actual estructura académica al igual que el actual sistema socioeconómico: desde siempre ha sido así.
Pero no siempre ha sido así. Antes de 1989, la universidad tenía un solo fin: generar el pensamiento universal. De existir un espacio nombrado como tal, se realizaba en éste la formación del pensamiento universal –según la definición de universo que tenía la sociedad –a cualquier costo y bajo la aceptación de todos los individuos.
Hoy, el nivel de financiamiento ha bajado: la libertad para fundar una universidad se ha democratizado y ahora cualquier empresario puede emprender el oficio del negocio en el sendero de la educación. Esto, sin embargo, ha generado una duda respecto a la educación, ya que, siendo permisibles a democracia individual ¿no se amenaza de fractura o desaparición a la democracia social?

Desde el punto de vista empresarial, la UCV es un negocio verdaderamente exitoso. La organización de la empresa es tan magnífica que, a un bajo costo, genera grandes beneficios. Los responsables de la captación de clientes –no estudiantes –afirman que el secreto del éxito de las ventas se debe a la audacia y la vehemencia. Audacia, lo dicen, porque hay que ser temerario para ir de puerta en puerta ofreciendo un nuevo producto careciendo instrumentos para garantizar su calidad. La vehemencia, por otra parte, se interpreta como la insistencia y persuasión sobre el "público objetivo".

Debe ser efectiva su fórmula, pues en los últimos diez años, la César Vallejo ha crecido a tal punto, que está ubicada entre las universidades peruanas con mayor densidad estudiantil; además, como semillero de nuevos clientes, mantiene dos negocios de estrecha relación con el primero: el jardín de infancia Clementina Acuña y el equipo de fútbol de la UCV. Para cerrar la obra maestra, la UCV se maneja con un solo dueño; así, el funcionamiento de la empresa se hace menos burocrático y la generación de ganancias más efectiva.

Si entendemos a la educación como una tonelada de espárragos empaquetados o como fardos de algodón, podríamos asegurar que el sector educativo y la empresa privada son aliados cooperativos. Pero sabemos que la educación es más que un conjunto cifras de ganancias y clientes captados.

Desde la definición que llevó a fundar las universidades, la democratización de la educación como medio empresarial es un peligro que atenta directamente contra su objetivo fundamental, pues para educar con verdadera calidad, la inversión debe ser fuertísima y las ganancias retroalimentarias.
Sin embargo, con la existencia de un dueño, este círculo se vuelve una línea vertical y el fin supremo de la universidad que, en los tiempos previos al 1989, era generar el pensamiento universal y, desde 1968, volverlo útil para la práctica social quedan exiliados.
Con la aparición de un empresario, la universidad pierde su autonomía financiera y el fin supremo pasa a segundo o último plano, ya que el nuevo objetivo es generar ganancias a través de la educación y no formar gratuitamente, como derecho y no como servicio, a los nuevos dirigentes de los distintos espacios sociales.
Viéndolo así, queda claro entonces que universidad y empresa no son compatibles por sus propias naturalezas y por los fines supremos que ambas persiguen.
Aclarando dichas perspectivas, quedan dos opciones para los dueños de estas nuevas universidades de pensamiento universal enclenque. El primero, ser sincero con sus conciencias y la humanidad al rescatar en la acción los objetivos de una universidad o, el segundo, hacer de cuenta que este texto no fue escrito, que aquí nada pasa y salir a tocar las puertas con mucha audacia y algo más de vehemencia.