sábado, 19 de noviembre de 2011

¡Puta... a mucha honra!

El pasado sábado 12 de noviembre se realizó, como parte de una convocatoria mundial, la famosa marcha de las Putas. Las mujeres, que aclaraban en todo momento no pertenecer, ni apoyar –o rechazar –a las trabajadoras sexuales, aprovecharon esta convocatoria para analizar su situación. En el conversatorio celebrado un día antes de la marcha, se tocaron temas que trataban de resolver el eterno conflicto entre varones y mujeres ¿Es la mujer objeto del machismo? ¿Está condenada a un abuso que parece perpetuo? ¿Qué medidas debe de tomar para lograr que se la considere y se la respete en la sociedad? Las respuestas fueron muchas y variadas; el compromiso, como siempre, nulo. Este artículo trata de resumir, entender y criticar una situación ajena pero importante para su autor.

Federico Engels –filósofo, comunista y amigo entrañable de Carlos Marx –sostenía que el fracaso más grande de la humanidad ha sido la pérdida de la potestad que la mujer tenía sobre sus crías. En las antiguas organizaciones, la hembra era la dirigente del colectivo y responsable de su descendencia: siendo parientes directos de los animales mamíferos, la humana era la encargada de reproducir su especie, dar cobijo y sustento a sus crías, alimentarlas, seleccionar a las crías más fuertes y prepararlas para las inclemencias del mundo.

Su verdadero instinto –perdido hace aproximadamente 20 millones de años –le permitía ser más objetiva y menos tierna en las decisiones del día a día, obedeciendo, como asunto principal, a su descendencia: si el ambiente no era propicio para reproducirse, abortaba sin consulta previa ni culpa post traumática; si las crías no servían, las dejaba morir para no desperdiciar alimento que sí merecían los más fuertes y, si el macho aparecía de vez en cuando, era simplemente para copular.

Con la llegada de la conciencia y la huida del instinto, la especie humana cambió sus relaciones sociales, acomplejándolas absurdamente y descubriendo el sentido de la propiedad. El macho, al enterarse que tenía algo que ver en ese novedoso asunto llamado reproducción, comenzó a reclamar como suya la cuestión que, según él, había creado: “Si la semilla depositada es mía, lo que salga de ella me pertenece. Si la semilla –que es mía –la deposito dentro de ti, pues tú también me perteneces. Por lo tanto, desde ahora dejarás de ser hembra y te convertirás MI hembra”, habrá proclamado el primer civilizado.

Desde ese momento, en adelante, la humanidad se fue al carajo, porque, con el concepto de pertenencia, llegaron también los de disposición y abuso: para el macho humano, su hembra hacía parte de su riqueza, dispuesta a sus antojos, sin consulta previa ni derecho a reclamo.

Esta autoalienación humana, ha sido reconocida de distintas maneras porque, mientras que el macho, representante del género poseedor, se ha sentido a sus anchas confirmando su condición, pues en ella está su propio poder, la mujer, por el contrario, se siente aniquilada, pues reconoce en la alienación su impotencia y la realidad de una existencia inhumana.

Sin embargo, reconocer su condición de aplastada, no ha sido suficiente para que la mujer destruya las relaciones de propiedad que el varón tiene sobre ella, ni que se garantice una vida sin abusos, porque, a pesar de que el sentido de pertenencia, a lo largo de su desarrollo, marcha hacia su destrucción, éste busca artificios para perpetuarse, maquillarse y renacer de entre sus cenizas.

En el Perú, ahora transformado en marca –a propósito de la alienación –, las mujeres aún no se han enterado de éste suceso. El opio del romanticismo ha calado tan profundo en ellas que, pese a vivir en el siglo XXI y tener como referencia histórica grandes cambios a lo largo y ancho del mundo, aún viven en una burbuja de tolerancia, justificación y anhelo del abuso que produce en ellas la propiedad privada del macho.

Reconocer que la libertad económica, política y sexual son derechos y como tales, se conquistan, hoy parece una blasfemia. La conquista de la mujer no parte del macho, ni de las instituciones creadas por él, sino de ella misma, el género sometido. Es ella la que tiene el rol histórico de subvertir las relaciones de propiedad que el varón ha implantado en la sociedad que ha inventado. Es ella la obligada a destruir esta sociedad y su aplastante moral. Es la mujer, como clase sometida, la que debe suprimir, sin tregua ni contemplaciones, su condición de débil y abusada, de forjar una nueva sociedad en la que varones y mujeres sean reconocidos como especie, sin división alguna.

Pero llegar a ese nivel de consciencia implica un enjuague de grandes dosis de moralismo burgués y egoísta, de ser objetivas y reconocer su realidad para poder cambiarla; sobre todo, de querer hacerlo sin titubeos ni medias tintas ¿Cómo podrá, la mujer peruana, cambiar su condición de sometida, si ataca las iniciativas de liberación de las de su género con insultos inventados por los machos? ¿Cómo se espera que tome consciencia, si cuando le inventan un Ministerio de la Mujer y el Niño, lejos de rebelarse con justificada violencia, acepta con alegría que la traten de estúpida y débil, arrinconada de sus responsabilidades y dándole la potestad a los otros para que las emprendan? ¿Qué se puede esperar de estos seres que reclaman amor meloso y pisan su realidad como si se tratara de cáscaras de huevos? ¿Es posible que cambien su condición de sometidas, si ni si quiera les da la gana de ser dueñas de su cuerpo; por el contrario, lo regalan en bandeja de plata a un dios macho, al padre y al marido para que hagan de ellas según su voluntad?

Las revoluciones, cuando se hacen, resultan de un proceso de conocimiento de la realidad, pero sobre todo de mucha solidaridad entre los semejantes. Los cambios históricos no se hacen de manera trepadora y tranzando individualmente con el opresor, sino con una verdadera unión y con muchísima fuerza. Sólo así, quizá, la palabra Puta empiece a ser considerada como sinónimo de revolucionaria y muchas bocas hembras empiecen a gritarla sin temor a ser señaladas por sus semejantes; por el contrario, con la esperanza de remecer a quienes, por tanto tiempo, las han amordazado.

2 comentarios:

Gabriela Palomino dijo...

La legislación evoluciona a favor de las mujeres; las mentalidades, no.
Increíble pasar por aqui tras tanto tiempo.

Psta. Si mal no recuerdo, tenemos una conversación pendiente, de arte y religión.

yago_martinez dijo...

Con mucho gusto. Cuando quieras. Puedes buscarme en el FB (siempre como Yago Martínez), agregarme y comunicarnos más seguido. Saludos.