miércoles, 4 de marzo de 2009

Ventanita revolucionaria


Suena el despertador, ocho en punto de la mañana. La cama se vuelve chiclosa y es imposible despegarla de la piel…. ¡cinco minutos más, por favor! Cinco minutos, el tiempo decisivo de una vida; una catarsis donde se puede alcanzar la gloria o perder la felicidad.

El sol brilla cachaciento de su libertad. Abajo, en el inframundo, voy camino hacia represión. La injusticia se interpuso nuevamente entre la haraganería y yo. Ocho meses de duras fatigas y ahora, nuevamente, dos nuevos de labor.

Atrás quedarán las infinitas noches en las que el pálido amanecer suspendía las disparatadas charlas del placer lúdico, la inexistencia de dios y el sueño de estropear la vida de oxidados burgueses y sus obsoletos valores.

La camisa y el pantalón son el símbolo visual del cambio de vida. Sólo faltan diez minutos para estar sobre la hora, nueve en punto es la cita. Al tomar el taxi doy una última revisada de lo que dejo atrás e intento alucinar con lo que llegará.

Ya en la oficina, el contratista me pregunta si hoy mismo puedo comenzar: ¡Ni este, ni mañana. Me he comprometido con mis discos, mi cama y uno que otro libro! “ Si señor, por mí normal”, le respondo.

El contratista me guía hacia la sala de redacción. En esta pequeña laguna cargada de cibernéticas cajas, cada uno naufraga en la suya; algunas están vacías, sus propietarios siguen de vacaciones. Me presentan a uno de mis jefes y yo me quedo a su cargo.

La primera experiencia noticiosa fue interesante. Hasta ése momento creí que aún estaba en el periodo universitario, donde un ‘mañana’ todavía podía funcionar. Tras haber recibido mis comisiones del día, lancé mi primera bomba de estupidez -"¿cuándo debo de presentarlas?" -pregunté.

Para empezar, las comisiones son encargadas para ayer -me dijeron -pues un periodista vive siempre en el mañana. Además, no hay pretexto alguno que pueda justificar la caída de una nota; o sea, el periodista está obligado a irse, al final de día, con la satisfacción de haber cumplido completamente su trabajo.

Una de las cosas más extrañas, siempre fue el mal manejo de los horarios. Siendo el tiempo el peor enemigo de las noticias, parecía extraño que en un punto de encuentro los colegas y protagonistas de los hechos llegasen injustificadamente tarde. Recuerdo que un día nos habían citado para una conferencia de prensa en la que los periodistas llegaron 25 minutos más tarde que nosotros y el conferencista llegó una hora y media después del horario pactado.

A esta ingrata experiencia, se sumaron muchas más de similar magnitud. Estaban los tardones, pero también los olvidadizos. Los que pactaban una cita y desaparecían de la faz de la tierra. De igual forma, la eterna espera a una respuesta de rechazo, que era el agregado a las labores a las que ya me había comprometido.

La gacela desmembrada
“El desalojo de la tía vende, vende. Un muertito que hemos encontrado en el Belén… un patita del Regional tiene tuberculosis, está internado hace dos semanas y nadie lo ha venido a ver”.

El maretazo cargado de pirañas abruma al personaje de los hechos. Todos hambrientos por destrozar a la presa. Arriba, los gallinazos vuelan en círculo, esperando la mejor parte: los residuos.

La gacela parece despreocupada por su muerte. Cada piraña tomará la mejor parte según la oportunidad que logre crearse. Los gallinazos aletean y el cuello de la víctima es arrancado súbitamente por las afiladas muelas del despiadado animal náutico.

Las serpientes, con sus colmillos, han destrozado la muralla que protegía el río del bosque: ellas sabían que la gacela provocaría alboroto en el agua, últimamente escasean increíblemente.

La ola ha retrocedido, aún así, los peces siguen devorando a su víctima. Ya satisfechos, retroceden con sus pequeños estómagos hinchados. La gacela aún vive, sólo una membrana une su cuello con el resto de su cuerpo. La piel del rostro le ha sido arrancada y las vísceras las tiene desparramadas.

El charco de tripas es calentado por el sol y algunos parásitos escapan sofocados de su hogar. Ellos han ido devorando al animal día tras día, moviendo sus labios y envenenando su cuerpo. Son los culpables del retardo de la presa.

Ya agonizante, la gacela siente un picotazo en el cráneo y muchos más en el resto del cuerpo. Sus huesos son atravesados por filudas tijeras y derretidos por ardientes ácidos. Son los gallinazos y están sobre ella; casi no puede ver la luz, sólo puede adivinar cabezas lampiñas y arrugadas.

El pequeño animal, despellejado y mutilado está preparado para espirar. Acumula las pocas fuerzas que queda y logra sonreír, es una sonrisa de satisfacción, la misma que se le escapó en el momento que vio llegar la ola.

Una mirada desde el horizonte
El cielo es anaranjado y todo el paisaje resulta rojizo. El sol está muriendo y el mar parece una enorme laguna en su máxima pasividad. Logro sostenerme sobre la húmeda alfombra salada y la negritud de mi imagen se voltea hacia el planeta desde el horizonte.

Cada vez resultan más lejanas las mañanas sobre la camioneta azul y los aislados paisajes del alejado Trujillo. Laredo, Salavaerry y Florencia de Mora serán un pequeño sueño realista. Quedan atrás las vivencias y el porvenir se llena de nuevos retos, nuevos cambios, la revolución completa.

Entre papeles quedarán archivados los recuerdos y cada nota será la evidencia del tiempo y espacio dedicado. Esta experiencia ha ampliado el camino y ha dejado la oportunidad de unir a más caminantes. La lucha por la mejora social espero que se haya activado.

Trabajar en este medio ha sido una ventana con vista hacia la realidad. Una realidad que muchas veces da la espalda a sus conflictos y esconde la cabeza frente a las adversidades. Un mundo creado por personas temerosas al cambio y sirvientes de viejos valores opresores. Una vida caótica y difícil, pero con una ligera esperanza de mejorarlo todo, hacerlo bien.

Ha sido también el pretexto para crear nuevas amistades con los ‘locos, pastores, papuchos y teteras’. Personas que se solidarizaron con mi inexperiencia y fueron el soporte para poder subir uno que otro escalón.

De mis colegas he aprendido mucho en enseñanzas particulares. De mí, espero que hayan absorbido la inquietud por el cambio y la mejora, la rebeldía de la juventud y la inocencia de confiar firmemente en los ideales. Por lo demás, asumo que la diversión lúdica en el día a día fortalece el trabajo dentro nuestra profesión. ¡Viva la revolución Cultural!

1 comentario:

Ely dijo...

Me gusto mucho el texto, sobre todo lo de "locos, pastores, papuchos y teteras" sigue asi!