jueves, 22 de noviembre de 2007

En el corazón de las estatuas

Gracias a la última decisión de nuestro persuasivo alcalde, ahora podemos caminar “tranquilos” por Pizarro, Gamarra, Recreo y la avenida España sin tener que torear a los enfurecidos taxis. En estas andanzas, ¿no ha visto usted a unos jóvenes haciendo de estatuas vivientes y rodeados de un público estupefacto?, ¿a unos insólitos seres que desafían el inherente movimiento propio del hombre, quedándose rígidos por un lapsus asombrante?

En estas líneas, descubriremos a los autores de semejante proeza, quienes tras varias capas de maquillaje, nos revelan un corazón alegre y divertido que busca cambiar el entorno en el que viven y la sociedad a la que pertenecen.

Una de las obsesiones del hombre ha sido siempre crear una máquina con movimiento perpetuo, quizá para conjurar su temor a la muerte, sinónimo de rigidez total. No ha podido lograrlo. Y tal vez por ello intenta ahora conseguir la quietud temporal. Una de estas alternativas lúdicas es el arte del estatuismo.

El estatuismo consiste en mantenerse inmóvil para atrapar el asombro de los observadores. Data de tiempos remotos: lo usaron los pintores renacentistas y los costureros de la edad media en distintos modelos vivos. Los unos para captar con precisión la anatomía humana y los otros para exhibir con realismo sus inventos sastreriles. Hoy, es una manifestación artística en diversas metrópolis y aun en pequeñas ciudades del mundo entero.

Herbart Bartra Valdivieso y Lucio Gallo Rosillo son dos jóvenes que se dedican a este oficio en la ciudad de Trujillo. Cuentan que llegaron en el 2006 por diversas circunstancias. Herbart es un bohemio de veintitrés años, natural de Tarapoto y confiesa ser un apasionado del arte y las mujeres. Después de remolonear y probar muchos oficios, él afirma haber “visto la luz” en su vocación teatral. Lucio es natural de Piura, tres años menor que Bartra y desde los quince estuvo seguro de que su vida estaba destinada al teatro. Dos muchachos que hoy en día comparten el arte y la fantasía del escenario.

Hacer una estatua humana –confiesan- demanda un ritual en el que la concentración y la disciplina son los elementos principales. Algo así como arribar físicamente al estado de sartori. El secreto para ello es la creación de histriones sumergidos en un profundo sentido del juego, en el que su creatividad y talento se hacen evidentes. “Comencé a jugar con el maquillaje para crear personajes que luego probaría en el escenario; trato de interactuar con los niños, los adultos y las chicas, haciendo desde el diablico que impresiona con su silbato, hasta el ya conocido mimo”, explica Herbart.

Cuando ambos se iniciaron en esta profesión trataban de permanecer inmóviles la mayor cantidad de tiempo posible. Pero con la práctica y la experiencia adquirida, se percataron de que no era necesario ser tan estrictos con ellos mismos. Incorporaron entonces algunos movimientos en sus actuaciones. Para Lucio, la selección de sus personajes es minuciosa. Y como su especialidad son los niños, escoge con mucho cuidado sus vestimentas y el estilo de maquillaje, a fin de impresionarlos de manera divertida.

Ellos están convencidos de que el artista no necesariamente es un fracasado económico, ya que ganar cien o doscientos soles en una buena tarde, es la evidencia de que la persona que no sale adelante simplemente es porque no quiere: “La vida de un artista suele ser difícil, pero es a la vez muy emocionante y siempre encuentras una oportunidad”.

La aceptación de la gente que día a día fatiga las calles trujillanas ha sido tan satisfactoria que Lucio y Herbart buscan nuevas formas de sorprender a sus admiradores. Sin embargo, en contraste con esta grata situación, la policía y las autoridades, catalogándolos de ambulantes e invasores de áreas privadas, los desalojan y hasta los persiguen con furiosos mastines. Resulta pusilánime que quienes deberían propiciar el arte son más bien los principales causantes de su marginación. Lucio refiere que obtener un permiso municipal es como jugar a un ping-pong siniestro, por los engorrosos y agobiantes pasos que exige la burocracia.

Hoy por hoy el Perú está sufriendo una actitud individualista que trae como consecuencia el divorcio de la gente con el arte. En los últimos años, los jóvenes de la zero generation han vaciado sus cerebros de conocimientos y apreciaciones, creyendo firmemente que la adquisición de los aparatos tecnológicos generados por el consumismo los hace mejores o, quizá, más bellos. La pequeña burguesía peruana ha aceptado el estilo miaminence de manera pasiva y, está tan convencida de los cánones que ésta ha impuesto, que ahora hablar de arte es referirnos a celulares, carros, fama o Disneyland.

Para estos jóvenes artistas, el Perú está lleno de aceptables teatros, así como de talentosos artistas; no obstante el elemento más importante en esta pócima mágica escasea a grandes escalas: un público cada vez más amplio y plural. Las nuevas generaciones han sido vergonzosamente ahogadas por la ola regetonera que trae consigo actitudes alienantes. Vivimos en una burbuja que nos aísla de nuestra realidad, nuestro entorno y, sobre todo, de nuestra gente. Soñamos con puestos que nos califiquen de profesionales de éxito y estamos tan sedados con esta utopía, que no somos capaces de percibir el día a día del resto de la gente.

Lucio y Herbart están convencidos de que cuando nuestra pequeña clase dominante despierte del shock neoliberalista, su actitud de aislamiento con respecto al arte desaparecerá.

Pese a estas limitaciones, Lucio Gallo y Herbart Bartra, al igual que muchos artistas de la estrada, buscan aportar a su país una cultura y un arte que generen cambios en la sociedad. El primero, combate la idea del centralismo limeño y propugna una integración rica en variedad cultural y en posibilidades de desarrollo. Bartra aspira a ser director de cine y así promocionar el talento de sus paisanos. Ambos sueñan con regresar algún día a sus pueblos de origen y mejorar la situación en la que éstos se encuentran.

Bohemios y trotamundos, lo ponen todo en cada una de sus actuaciones. Tras una laboriosa tarde en las calles, se someten al bajo mundo de las luces artificiales. Sentados en una taberna y en medio de una “chata” de ron, se abstraen en un pensamiento futurista. Están ancianos y esta vez son espectadores su propia vida.
Publicado en día30

2 comentarios:

Garo dijo...

Buen artículo. Saludos.

Anónimo dijo...

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