Dedicado a Jaime y Gaby
Cuando se encuentra en una trinchera, pocas son las veces que uno se atreve a dejarla: en tiempos de guerra, un mal paso puede pulverizar la historia. Estar detrás de esos sacos de arena brinda la seguridad necesaria para el reposo, calmarse del ataque recibido, tomar aire y prepararse para la defensiva.
El día a día no resulta ser muy distinto: cada debate, cada palabra, incluso cada paso que se da, muchas veces es la ofensiva o defensiva de esta guerra que hemos bautizado como vida. En nuestro país, donde la diversidad ha sido asumida, más que como un derecho, como una obligación, más que como privilegio, como un peligro, más que con orgullo, con vergüenza, nuestras trincheras tienen distintos matices: trincheras raciales, trincheras teológicas, trincheras generacionales, trincheras de clases sociales.
Teniendo clara la naturaleza caótica del espacio vital, se ha reconocido que salirse del bando perteneciente es sumamente riesgoso para quien no sabe a lo que se enfrenta o peor aún, no sabe cómo hacerlo. Entonces, si dicha acción es totalmente temeraria, bajar la retaguardia al enemigo o peor aún, intentar conocerlo, entablar una relación y llegar a estimarlo, definitivamente sería una sentencia de muerte, una carta de traición.
Pero no siempre es así, no siempre el enemigo tiene cara de enemigo o el compañero cara de hermano. A veces los uniformes y los colores son impuestos por generales directores de esta guerra y, muchas veces, va en contra de los milicianos. Por eso, como diría Fabrizio de Andrè en una de sus canciones, muchas veces nos encontramos con hombres al fondo del valle que tienen nuestro idéntico humor, pero el uniforme de otro color y estamos obligados simplemente a disparar.
La vida es similar; a veces las buenas personas no elijen ser viejos, ser empresarios o trabajar catorce horas al día en una minúscula sala en vez de ir a la universidad, o leer del arte americano. Pero la vida y sus exigencias, las necesidades y la indiferencia obligan a dejar los anhelos atrás y hacer lo mejor posible dentro del escenario impuesto.
La relación de quien escribe con Fabiana Cruz, administradora de la empresa de publicidad digital PubliAvisos, no es muy distinta a la de dos milicianos que descubrieron que sus diferencias se enraizaban simplemente en el color de la chaqueta. Los conflictos existenciales también resultan ser similares: disparar de tal forma que no le caiga una bala. Sin embargo, el cariño nacido en medio del caos resulta ser mucho más lúcido, más sincero que aquel sentimiento que nace en la abundancia y el derroche.
¿Este sentimiento tendrá esperanza de botar una que otra retama por ahí? Yo creo que sí, en cuanto se fortalezcan las igualdades y nos emancipemos de las diferencias. Finalmente, una de las cosas que nos hace radiográficamente iguales, es el sincero deseo de dejar un mundo mucho mejor del que recibimos.
jueves, 24 de junio de 2010
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1 comentario:
hola yago no voya objetar.
escribes bien.
un abrazo desde mi trinchera abierta
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