Hace unos meses, en la presentación de los Cannes, Steven Soderbergh estrenó su último film titulado Guerrilla. En él, el actor puertorriqueño Benicio Del Toro encarnó al ahora “marketeado” Che Guevara. Del Toro aseguró sentir temor por la vida de Ernesto, ya que estudiarla es un constante descubrimiento y aprendizaje. Sin embargo, Soderbergh declaró que el idealismo del Che es un gran material de película que merece ser explotado al máximo.
Herbert Marcuse, un filósofo al que se le atribuyó la paternidad del movimiento hippie –manifestación absorbida por la mercadotecnia –aseguraba que, refiriéndose a la ebullición de los ideales setenteros, la contracultura está condenada a ser integrada por la monotonía del consumo que impone el sistema capitalista. La gente ha perdido su capacidad crítica y todas las masas van en una misma dimensión: el consumismo a gran escala. La oposición ya no existe porque, de manera sutil, ha sido tragada por la publicidad que vende un nuevo estilo de vida en el que todo parece ser very nice. Este sistema se ha valido de la manipulación de los deseos y las necesidades de las personas para poder lograr su propósito. Debido a esto, es normal ver, hoy en día, modas al “estilo hippie”, somos “anarquista” con nuestros padres, manifestamos nuestra “rebeldía” al llegar dos horas tarde de la discoteca, encontramos “punkers” maquillados y perfumados –obsoletos en el resto del mundo – y reggetoneros que regalaron su dignidad para alienarse con bulla, carros y piques –un complejo copiado de los norteamericanos –.
Otro gran pensador, Umberto Eco, en su último libro “A paso de cangrejo”, adjunta un artículo que habla sobre la carnavalización de nuestras vidas. Eco asegura que todo individuo necesita el juego como medio distractor y herramienta de aprendizaje; pero el juego, afirma, es más placentero cuando se practica sólo de vez en cuando e intensamente; es por ello que las viejas culturas -remotamente civilizadas, por supuesto –crearon al Carnaval. En la actualidad, nosotros, faro de la tecnología y creadores del cybermundo, hemos carnavalizado nuestras acciones y pensamientos. Desde la falta de vergüenza y lucidez como para atrevernos publicar nuestros escuálidos problemas a la gente, que por cierto, les importa un pito, hasta el goce de la degradación de nuestros ideales y de las personas a las que les tenemos una pizca de admiración. Ya no nos interesa el foodball, ni tampoco los deportistas –que cada vez se intoxican con más drogas y estimulantes para poder producir de manera anormal –sino los espectadores, las canchas, las zapatillas y los modelos. Ya no interesan los discursos presidenciales, sino los presidentes, sus prostitutas, sus liftings o sus “teteitos”. Ya no interesan los ideales de los grandes pensadores, sino sus vidas, sus secretos y el plató.
Para finalizar, no podría imaginar al Che, a Frida, a Joan d`arc, a Michelangelo, a Cleopatra, a la Piaf o a otras víctimas del consumismo presenciar sus vidas a través de una pantalla mercadotécnica, sabiendo que en la actualidad sus pensamientos, arte y filosofía son elementos de entretenimiento para una sociedad adicta a la carnavalización.
Herbert Marcuse, un filósofo al que se le atribuyó la paternidad del movimiento hippie –manifestación absorbida por la mercadotecnia –aseguraba que, refiriéndose a la ebullición de los ideales setenteros, la contracultura está condenada a ser integrada por la monotonía del consumo que impone el sistema capitalista. La gente ha perdido su capacidad crítica y todas las masas van en una misma dimensión: el consumismo a gran escala. La oposición ya no existe porque, de manera sutil, ha sido tragada por la publicidad que vende un nuevo estilo de vida en el que todo parece ser very nice. Este sistema se ha valido de la manipulación de los deseos y las necesidades de las personas para poder lograr su propósito. Debido a esto, es normal ver, hoy en día, modas al “estilo hippie”, somos “anarquista” con nuestros padres, manifestamos nuestra “rebeldía” al llegar dos horas tarde de la discoteca, encontramos “punkers” maquillados y perfumados –obsoletos en el resto del mundo – y reggetoneros que regalaron su dignidad para alienarse con bulla, carros y piques –un complejo copiado de los norteamericanos –.
Otro gran pensador, Umberto Eco, en su último libro “A paso de cangrejo”, adjunta un artículo que habla sobre la carnavalización de nuestras vidas. Eco asegura que todo individuo necesita el juego como medio distractor y herramienta de aprendizaje; pero el juego, afirma, es más placentero cuando se practica sólo de vez en cuando e intensamente; es por ello que las viejas culturas -remotamente civilizadas, por supuesto –crearon al Carnaval. En la actualidad, nosotros, faro de la tecnología y creadores del cybermundo, hemos carnavalizado nuestras acciones y pensamientos. Desde la falta de vergüenza y lucidez como para atrevernos publicar nuestros escuálidos problemas a la gente, que por cierto, les importa un pito, hasta el goce de la degradación de nuestros ideales y de las personas a las que les tenemos una pizca de admiración. Ya no nos interesa el foodball, ni tampoco los deportistas –que cada vez se intoxican con más drogas y estimulantes para poder producir de manera anormal –sino los espectadores, las canchas, las zapatillas y los modelos. Ya no interesan los discursos presidenciales, sino los presidentes, sus prostitutas, sus liftings o sus “teteitos”. Ya no interesan los ideales de los grandes pensadores, sino sus vidas, sus secretos y el plató.
Para finalizar, no podría imaginar al Che, a Frida, a Joan d`arc, a Michelangelo, a Cleopatra, a la Piaf o a otras víctimas del consumismo presenciar sus vidas a través de una pantalla mercadotécnica, sabiendo que en la actualidad sus pensamientos, arte y filosofía son elementos de entretenimiento para una sociedad adicta a la carnavalización.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo. Excelente post.
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