El pasado sábado 12 de noviembre se realizó, como parte de una convocatoria mundial, la famosa marcha de las Putas. Las mujeres, que aclaraban en todo momento no pertenecer, ni apoyar –o rechazar –a las trabajadoras sexuales, aprovecharon esta convocatoria para analizar su situación. En el conversatorio celebrado un día antes de la marcha, se tocaron temas que trataban de resolver el eterno conflicto entre varones y mujeres ¿Es la mujer objeto del machismo? ¿Está condenada a un abuso que parece perpetuo? ¿Qué medidas debe de tomar para lograr que se la considere y se la respete en la sociedad? Las respuestas fueron muchas y variadas; el compromiso, como siempre, nulo. Este artículo trata de resumir, entender y criticar una situación ajena pero importante para su autor.
Federico Engels –filósofo, comunista y amigo entrañable de Carlos Marx –sostenía que el fracaso más grande de la humanidad ha sido la pérdida de la potestad que la mujer tenía sobre sus crías. En las antiguas organizaciones, la hembra era la dirigente del colectivo y responsable de su descendencia: siendo parientes directos de los animales mamíferos, la humana era la encargada de reproducir su especie, dar cobijo y sustento a sus crías, alimentarlas, seleccionar a las crías más fuertes y prepararlas para las inclemencias del mundo.
Su verdadero instinto –perdido hace aproximadamente 20 millones de años –le permitía ser más objetiva y menos tierna en las decisiones del día a día, obedeciendo, como asunto principal, a su descendencia: si el ambiente no era propicio para reproducirse, abortaba sin consulta previa ni culpa post traumática; si las crías no servían, las dejaba morir para no desperdiciar alimento que sí merecían los más fuertes y, si el macho aparecía de vez en cuando, era simplemente para copular.
Con la llegada de la conciencia y la huida del instinto, la especie humana cambió sus relaciones sociales, acomplejándolas absurdamente y descubriendo el sentido de la propiedad. El macho, al enterarse que tenía algo que ver en ese novedoso asunto llamado reproducción, comenzó a reclamar como suya la cuestión que, según él, había creado: “Si la semilla depositada es mía, lo que salga de ella me pertenece. Si la semilla –que es mía –la deposito dentro de ti, pues tú también me perteneces. Por lo tanto, desde ahora dejarás de ser hembra y te convertirás MI hembra”, habrá proclamado el primer civilizado.
Desde ese momento, en adelante, la humanidad se fue al carajo, porque, con el concepto de pertenencia, llegaron también los de disposición y abuso: para el macho humano, su hembra hacía parte de su riqueza, dispuesta a sus antojos, sin consulta previa ni derecho a reclamo.
Esta autoalienación humana, ha sido reconocida de distintas maneras porque, mientras que el macho, representante del género poseedor, se ha sentido a sus anchas confirmando su condición, pues en ella está su propio poder, la mujer, por el contrario, se siente aniquilada, pues reconoce en la alienación su impotencia y la realidad de una existencia inhumana.
Sin embargo, reconocer su condición de aplastada, no ha sido suficiente para que la mujer destruya las relaciones de propiedad que el varón tiene sobre ella, ni que se garantice una vida sin abusos, porque, a pesar de que el sentido de pertenencia, a lo largo de su desarrollo, marcha hacia su destrucción, éste busca artificios para perpetuarse, maquillarse y renacer de entre sus cenizas.
En el Perú, ahora transformado en marca –a propósito de la alienación –, las mujeres aún no se han enterado de éste suceso. El opio del romanticismo ha calado tan profundo en ellas que, pese a vivir en el siglo XXI y tener como referencia histórica grandes cambios a lo largo y ancho del mundo, aún viven en una burbuja de tolerancia, justificación y anhelo del abuso que produce en ellas la propiedad privada del macho.
Reconocer que la libertad económica, política y sexual son derechos y como tales, se conquistan, hoy parece una blasfemia. La conquista de la mujer no parte del macho, ni de las instituciones creadas por él, sino de ella misma, el género sometido. Es ella la que tiene el rol histórico de subvertir las relaciones de propiedad que el varón ha implantado en la sociedad que ha inventado. Es ella la obligada a destruir esta sociedad y su aplastante moral. Es la mujer, como clase sometida, la que debe suprimir, sin tregua ni contemplaciones, su condición de débil y abusada, de forjar una nueva sociedad en la que varones y mujeres sean reconocidos como especie, sin división alguna.
Pero llegar a ese nivel de consciencia implica un enjuague de grandes dosis de moralismo burgués y egoísta, de ser objetivas y reconocer su realidad para poder cambiarla; sobre todo, de querer hacerlo sin titubeos ni medias tintas ¿Cómo podrá, la mujer peruana, cambiar su condición de sometida, si ataca las iniciativas de liberación de las de su género con insultos inventados por los machos? ¿Cómo se espera que tome consciencia, si cuando le inventan un Ministerio de la Mujer y el Niño, lejos de rebelarse con justificada violencia, acepta con alegría que la traten de estúpida y débil, arrinconada de sus responsabilidades y dándole la potestad a los otros para que las emprendan? ¿Qué se puede esperar de estos seres que reclaman amor meloso y pisan su realidad como si se tratara de cáscaras de huevos? ¿Es posible que cambien su condición de sometidas, si ni si quiera les da la gana de ser dueñas de su cuerpo; por el contrario, lo regalan en bandeja de plata a un dios macho, al padre y al marido para que hagan de ellas según su voluntad?
Las revoluciones, cuando se hacen, resultan de un proceso de conocimiento de la realidad, pero sobre todo de mucha solidaridad entre los semejantes. Los cambios históricos no se hacen de manera trepadora y tranzando individualmente con el opresor, sino con una verdadera unión y con muchísima fuerza. Sólo así, quizá, la palabra Puta empiece a ser considerada como sinónimo de revolucionaria y muchas bocas hembras empiecen a gritarla sin temor a ser señaladas por sus semejantes; por el contrario, con la esperanza de remecer a quienes, por tanto tiempo, las han amordazado.
sábado, 19 de noviembre de 2011
viernes, 8 de abril de 2011
ORGANIZACIONES DE IZQUIERDA NOS PRONUNICIAMOS
Ante los hechos ocurridos el 04, 05, 06 y 07 de abril de 2011 en la ciudad de Mollendo, capital de la provincia de Islay, región Arequipa, donde los pobladores organizados del Valle de Tambo, han planteado su rechazo a la instauración del proyecto Tía María de la minera Southern Perú, sosteniendo que quieren continuar con la agricultura, manifestamos lo siguiente:
Condenamos, la actitud del Estado Peruano, quien en la necedad de favorecer a la minera Southern, está violando la Constitución Política del Perú, en su artículo 89º reconoce la existencia legal y como personas jurídicas de las Comunidades Campesinas y Nativas, refiriendo: “Son autónomas en su organización, en el trabajo comunal y en el uso y la libre disposición de sus tierras, así como en lo económico y administrativo, dentro del marco que la ley establece. La propiedad de sus tierras es imprescriptible…”, por lo que tienen pleno derecho a ser informados sobre los proyectos productivos que el Estado destina a sus tierras, y a decidir sobre ellas; en este caso siendo el Valle de Tambo una zona agrícola, habitada por comuneros campesinos, se debió respetar su decisión sobre sus tierras, cosa que se pasó por alto, negándose a escucharlos e imponiendo la decisión del gobierno.
Rechazamos, que el modelo económico neoliberal adoptado por el gobierno aprista, una vez más implique la criminalización de la protesta, haciendo uso de prácticas represivas y contra los derechos humanos que ejercen las fuerzas armadas, quienes cumplen las órdenes dadas por las cabezas del Estado. Resistimos, al sistema económico actual –capitalista- que genera la concentración de las riquezas en determinados sectores, aumentando las desigualdades y la exclusión, violentando los derechos de todas y todos los peruanos y que deteriora el medio ambiente. Un modelo económico administrado por el gobierno aprista, que facilitó la concesión minera a Southern Perú.
Lamentamos, la pérdida de los hermanos Aurelio Huacarpoma, Andrés Taype, Néstor Cerezo, quienes defendiendo sus tierras murieron por la violencia ejercida por el Estado a través de las FFAA. Asimismo, repudiamos el atentado contra la vida de los pobladores del Valle del Tambo durante la represión. Lamentamos que el pueblo arequipeño debe afrontar la necedad del gobierno aprista de favorecer a intereses económicos, antes que respetar la vida. Recordamos, que lo que debe primar en todo gobierno, es el respeto a la vida de manera individual y colectiva, por eso mismo. Un mecanismo para evitar estos conflictos es que se apruebe de inmediato la Ley de Consulta Previa que haga vinculante la decisión de cualquier población sobre el modelo de desarrollo de sus tierras.
¡Basta de muertes por no consultar a los pueblos!
¡Cancelación inmediata del Proyecto Tía María!
¡Cancelación de los proyectos de devastación minera que amenazan la agricultura!
Como colectivos de izquierda firmamos:
Acción Crítica (Lima)
CEPEDEH – Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos (Trujillo)
Colectivo SUR (Arequipa)
Colectivo Nugkui (Lima)
Idea Acción (Tacna)
Movimiento por el Poder Popular – MPP (Lima)
Condenamos, la actitud del Estado Peruano, quien en la necedad de favorecer a la minera Southern, está violando la Constitución Política del Perú, en su artículo 89º reconoce la existencia legal y como personas jurídicas de las Comunidades Campesinas y Nativas, refiriendo: “Son autónomas en su organización, en el trabajo comunal y en el uso y la libre disposición de sus tierras, así como en lo económico y administrativo, dentro del marco que la ley establece. La propiedad de sus tierras es imprescriptible…”, por lo que tienen pleno derecho a ser informados sobre los proyectos productivos que el Estado destina a sus tierras, y a decidir sobre ellas; en este caso siendo el Valle de Tambo una zona agrícola, habitada por comuneros campesinos, se debió respetar su decisión sobre sus tierras, cosa que se pasó por alto, negándose a escucharlos e imponiendo la decisión del gobierno.
Rechazamos, que el modelo económico neoliberal adoptado por el gobierno aprista, una vez más implique la criminalización de la protesta, haciendo uso de prácticas represivas y contra los derechos humanos que ejercen las fuerzas armadas, quienes cumplen las órdenes dadas por las cabezas del Estado. Resistimos, al sistema económico actual –capitalista- que genera la concentración de las riquezas en determinados sectores, aumentando las desigualdades y la exclusión, violentando los derechos de todas y todos los peruanos y que deteriora el medio ambiente. Un modelo económico administrado por el gobierno aprista, que facilitó la concesión minera a Southern Perú.
Lamentamos, la pérdida de los hermanos Aurelio Huacarpoma, Andrés Taype, Néstor Cerezo, quienes defendiendo sus tierras murieron por la violencia ejercida por el Estado a través de las FFAA. Asimismo, repudiamos el atentado contra la vida de los pobladores del Valle del Tambo durante la represión. Lamentamos que el pueblo arequipeño debe afrontar la necedad del gobierno aprista de favorecer a intereses económicos, antes que respetar la vida. Recordamos, que lo que debe primar en todo gobierno, es el respeto a la vida de manera individual y colectiva, por eso mismo. Un mecanismo para evitar estos conflictos es que se apruebe de inmediato la Ley de Consulta Previa que haga vinculante la decisión de cualquier población sobre el modelo de desarrollo de sus tierras.
¡Basta de muertes por no consultar a los pueblos!
¡Cancelación inmediata del Proyecto Tía María!
¡Cancelación de los proyectos de devastación minera que amenazan la agricultura!
Como colectivos de izquierda firmamos:
Acción Crítica (Lima)
CEPEDEH – Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos (Trujillo)
Colectivo SUR (Arequipa)
Colectivo Nugkui (Lima)
Idea Acción (Tacna)
Movimiento por el Poder Popular – MPP (Lima)
martes, 5 de abril de 2011
ANDRÉS TAIPE, MÁRTIR DE LA LUCHA POR LA VIDA EN ISLAY
lunes 4 de abril de 2011.- El Colectivo SUR expresa su profundo dolor por el cobarde asesinato del joven luchador Andrés Taipe, de 22 años, quién cayó abatido durante las justas protestas de los pobladores del Valle de Tambo en contra de la instalación del proyecto minero Tía María, impulsado por la nefasta Southern Perú Cooper Corporation. Hacemos nuestro el inmenso pesar de la familia y amigos de este joven mártir que le ha entregado su vida a la lucha solidaria de su pueblo por defender el agro, el agua y la vida.
Repudiamos una vez más la obsesión represiva del gobierno de Alan García, que más temprano que tarde deberá responder por sus numerosos crímenes. Exigimos la expulsión inmediata de la empresa Southern del Valle de Tambo y la cancelación de los proyectos de devastación minera que amenazan la agricultura y el empleo de los miles de pobladores que desde siempre han trabajado la tierra.
Que el sacrificio heroico de Andrés Taipe, por quien hoy respetuosamente inclinamos nuestras banderas, no sea en vano. Que el dolor y la indignación que su terrible asesinato nos provoca, sirvan de aliento para derrotar de una vez por todas, con la razón y la fuerza del pueblo, la amenaza de Southern y el gobierno aprista.
¡Gloria eterna al compañero Andrés Taipe, mártir del pueblo de Islay!
¡Southern asesina, fuera de Arequipa!
¡Agro sí, mina no!
Arequipa, 04 de abril de 2011
www.colectivosurarequipa.blogspot.com
sábado, 2 de abril de 2011
Las Las y los Los
La alegría de la verdad,
la pena del pasado,
las ansias del futuro,
la soberbia de la razón.
La acumulación de la estupidez,
la ignorancia arrogante,
el dolor de la incomprensión,
el aburrimiento de la mediocridad.
La fantasía de la realidad,
la objetividad de los sueños,
la violencia del silencio,
la paz del ruido.
Las palabras desarticuladas,
las legitimidades censuradas,
las acciones pendientes,
los abusos condecorados.
Todo eso fue hoy,
todo no será mañana.
Todo frena y construye,
todo contradice y cambia.
la pena del pasado,
las ansias del futuro,
la soberbia de la razón.
La acumulación de la estupidez,
la ignorancia arrogante,
el dolor de la incomprensión,
el aburrimiento de la mediocridad.
La fantasía de la realidad,
la objetividad de los sueños,
la violencia del silencio,
la paz del ruido.
Las palabras desarticuladas,
las legitimidades censuradas,
las acciones pendientes,
los abusos condecorados.
Todo eso fue hoy,
todo no será mañana.
Todo frena y construye,
todo contradice y cambia.
sábado, 26 de marzo de 2011
Razones Fundamentales
Ingresé al torbellino de luchas, victorias, alegrías y penas de mi pueblo de manera descarriada. En ese momento estaba desesperado por cambiar el mundo que me ha tocado existir: un mundo saturado de individuos inconscientes, desmemoriados, sin ideologías, con un fuerte desamor hacia sus semejantes y el entorno que los rodea. Por esos años, tomaba cada propuesta que se me presentaba como si fuera el arma perfecta para acabar con los que había tildado mis enemigos, que eran los que asumí enemigos de mi pueblo.
El periodo en el que fui universitario –época en la que esclarecí mis ideas y definí mis acciones –fue un momento particular en un mundo que agoniza entre sus escombros. Un paquete de cuatro años consecutivos trajo consigo la memoria de sucesos que cambiaron el curso de la humanidad, siendo particularmente acogidos y realizados por veinteañeros como yo.
Algunos de estos hechos fueron la muerte del Che Guevara, la revuelta estudiantil de mayo del 68, la matanza de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en México, Woodstock, el triunfo de la Revolución Cubana, la Reforma Agraria, el ascenso de la Unidad Popular, entre otros. Era lógico, entonces, que si estos sucesos agitaban mi corazón, me uniera a las filas de revoltosos que ansían nuevas alternativas de vida, distintas a la que insolentemente se nos han impuesto.
Paralelo a ello, durante esta época, en el país ocurrieron hechos que confirmaron lo que en el pasado y en los libros había encontrado. El 28 de abril del 2007, el Tribunal Constitucional lanzó los decretos 982, 983, 988 y 989 que criminalizan la protesta social bajo el argumento de pandillaje pernicioso, secuestro agravado y apología al terrorismo. Esta ley trajo consigo un baño de sangre de víctimas, cuyo único delito fue denunciar el abuso, olvido y la subordinación al que fueron sometidos. Además, estos crímenes, ejecutados por policías y militares, evidenciaron el deseo de “limpieza” por parte del Estado para cumplir su deseo de mostrar el rostro de un pueblo condescendiente a ceremonias bataclanas, como la CADE y la APEC.
Considerando estos hechos ¿cómo era posible que, mientras contemporáneos míos como Jonathan Condori eran despiadadamente asesinados por un ejército al servicio de un gobierno traidor, corrupto y criminal, en las aulas de mi universidad los jóvenes tuviéramos nuestras cabezas en asuntos banales, como la diversión adormecedora, el consumismo alienante o los problemas triviales del hogar? ¿Qué se creían nuestros representantes, que su cargo era un contrato que los hacía dueños de nuestras tierras y de nuestras vidas, manejándolas a su antojo? ¿Era admisible, acaso, que ese mismo gobierno recibiese descaradamente a George Bush, el líder de la república genocida en todo el mundo, la misma que en los años 60 trató de sofocar a heroicos pueblos como Vietnam del Norte y Cuba por medio del Napalm y el bloqueo económico y que, en el periodo que pisó nuestras tierras, estuviera en plena guerra contra otro pueblo (Irac), guerra que él mismo había montado para saciar sus deseos mercantilistas? ¿Qué esperaba el señor Alan García, que lejos de levantar nuestra voz de rechazo y protesta, callaríamos sonrientes y de rodillas?
No se podía estar de acuerdo con semejante barbarie. No aceptábamos estos hechos y no se los perdonábamos a los responsables; menos, la actitud de quienes sabiendo la magnitud de las consecuencias, hacían de cuenta que nada ocurría o peor aún, que no dañaban. El abuso y la hipocresía fue el combustible que encendió pequeñas llamas en una pradera de ignorancia, miedo y desinformación.
Pero la furia y las acciones, como todo en la vida, fueron progresivas, de menos a más. Al principio me limitaba a escuchar las grandes hazañas de unos pocos maestros que lograron sembrar la semilla de la revolución: gente valiosa, cuyo único deseo es ser testigos de un despertar juvenil. Gracias a ellos, poco a poco utilizaba las propuestas que tenía a mi alcance para descargar estos sentimientos que estaban dentro de mí y que son legítimamente vigentes.
Una de las primeras tribunas fue la revista Día 30, un proyecto nacido en mi facultad que, de no haberse frenado ante el silenciamiento de los poderosos ni haberse corrompido en sus objetivos y temas, hubiese sido, tal vez, una verdadera tribuna revolucionaria manejada por los jóvenes y dirigida hacia las juventudes.
En ese espacio, por talento o necedad, lograba esquivar las banalidades de mis comisiones y ser insistente en las cuestiones que creo importantes: definir nuestra identidad de pueblo y clase, denunciar los horrores que había descubierto, sembrar una propuesta –que no era otra cosa más que unidad y lucha –e incentivar a realizarla.
Paralelo a ello, durante esta turbulencia, nace también Runakuna, un espacio que formé impresionado por Quilapayún, Víctor Jara, Inti Illimani, Violeta Parra, Rolando Alarcón, Illapu Silvio Rodríguez, Atahualpa Yupanqui, Carlos Puebla, Chico Buarque, entre muchos, que utilizaron al arte y, particularmente al canto popular, como un arma de lucha, unidad, cambio y revolución.
Los tiempos avanzaron y el camino se fue ampliando: las experiencias y verdades recogidas en las esparragueras gracias a los trabajos de verano, nuevas compañeras y compañeros que me hicieron entender la amplitud y la diversidad del mundo y, las alternativas sembradas por el arte, dilataron el camino de reforma y afianzaron mi horizonte. La suerte estaba echada y no había otra alternativa: era cuestión de tiempo y un último empujón para que todo fluyera en coherencia a lo que se estaba gestando. Este fue el preámbulo que dio origen a lo que más adelante sería la Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos, CEPEDEH.
Luego de haber participado en la protesta contra el alza de los pasajes de transporte público que los estudiantes de la Universidad Nacional de Trujillo habían organizado, llegó el famoso 5 de junio sangriento, el “Baguazo”. Para ese momento, varios estudiantes ya conocíamos el atropello del Estado dominado por el partido aprista y el neoliberalismo, no sólo a través de los diarios, sino también en carne propia. En una hazaña que se organizó en repudio a la llegada de George Bush, unos compañeros fueron injustamente arrestados en medio de la noche por el Servicio de Inteligencia Nacional y acusados por la prensa fascista de terroristas y pandilleros. De igual forma, otro compañero fue brutalmente golpeado por el mismo organismo en un acto de solidaridad con los sindicalistas azucareros y, durante el proceso que dio origen al 5 de junio, varios compañeros, tanto bagüinos como trujillanos, estuvieron al tanto de la situación y alertando sus consecuencias a los estudiantes.
Del ideal a la acción, de la acción al fracaso
El día 5 de junio, a las 9pm aproximadamente, un noticiero había informado los crímenes ocurridos en Bagua. La prensa oficial, sirvienta del sistema, dio a entender que los responsables de aquel suceso eran los indígenas que, según ellos, en un acto “terrorista”, se habían opuesto al “desarrollo” del país. En ese momento, un muchacho de mi facultad me comunicó que habría una reunión a primera hora del día siguiente para manifestar nuestra solidaridad.
Era frío y oscuro aquel sábado en el que un puñado de jóvenes nos reunimos en la casa de unos compañeros de Bagua para saber, a viva voz, lo que verdaderamente estaba ocurriendo. Después de llegar a unos acuerdos, salimos decididos a denunciar abiertamente la masacre de la que ya todos estábamos enterados.
Al principio, denunciábamos los crímenes casi a ciegas, recopilando una que otra noticia, enlazándola con la información pasada e invitando a los transeúntes a sacar sus propias conclusiones. No dudamos un momento en alzarnos y revelar los horrores ocurridos: de calle en calle, conversábamos con jóvenes y les explicábamos lo que estaba ocurriendo para invitarlos a solidarizarse con las víctimas de los crímenes realizados por el APRA.
Todo ello iba teniendo cierta reciprocidad, pero sabíamos que no bastaba la solidaridad y la intención: era necesario saltar de lo subjetivo a lo real, ser portavoces de lo ocurrido y narradores de los hechos para que a través de la lógica, naciera la acción solidaria como respuesta consecuente a la ética y la conciencia individual.
Bajo ese criterio, hicimos una especie de periodismo callejero y descubrimos cosas que hasta el momento eran increíbles para nosotros, asumiéndolas como imposibles en nuestro espacio y tiempo: los crímenes ocurridos en Bagua eran más graves de lo que pensábamos… cuerpos agrietados por balas militares, la DINOES a cargo del operativo, cadáveres desaparecidos, estado de sitio en la zona, policías degollados y un ejército confundido que fue a enfrentar a sus hermanos por S/. 6.50; era como vivir una película de Costa Gavras a cada momento.
Pero increíble fue también la reacción de los estudiantes y algunos profesores. Los espacios que utilizamos para las asambleas que salían del momento eran llenados por jóvenes que participaban de lo que nosotros explicábamos y sustentábamos a través de las llamadas telefónicas que recibíamos o de los videos que encontrábamos. Además, con cada asamblea realizada, el puñado de jóvenes que iniciamos esta movida, fue convirtiéndose en un cordón de compañeras y compañeros que se unieron a todo el proceso de organización y difusión.
Durante esa semana, había un equipo que apoyaba en todo: estaban los compañeros que se pasaban horas de horas investigando en internet, recopilando información, descubriendo que el mundo entero denunciaba esta masacre y que sólo en el Perú había un silencio terrorista, los que nos daban breves cátedras de terminologías y etimologías para entender perfectamente la situación y los argumentos, los que nos abrían los espacios que creíamos imposible abrirse para estas circunstancias –como la sala de conferencias de mi universidad –, los que salíamos a conversar con los estudiantes, explicarles los hechos de la manera más entendible e invitarlos a unirse a lo que estábamos haciendo y los que se encargaban de registrar estos actos.
Si bien la masacre en Bagua fue un acto desgarrador e imperdonable, es cierto también que esta herida trajo consigo la conciencia de jóvenes que jamás habían sido conscientes y la participación comprometida de los que hasta ése momento se mantenían distantes.
La solidaridad en nuestra pequeña comuna fue fuertísima y los lazos que se forjaron fueron robustos. Durante toda esta ola, no sólo se hablaba de la masacre en Bagua –que era el tema principal en las reuniones –, sino que se discutían diversas alternativas que debíamos tomar para que los jóvenes tuviéramos una voz formal en los asuntos políticosociales de nuestros pueblos. En ese momento, además del asunto ocurrido en la zona norte de la Amazonía, 280 conflictos internos teñían de sangre las diversas regiones del país y nosotros seguíamos atentamente estos actos: protestas en Cuzco, Puno, Ayacucho, La Oroya, Cajamarca, Pataz, Callao y Trujillo iban marcando nuestras ideas y focalizaban los centros de acciones. Además, dentro de mi universidad, estábamos ansiosos por tumbarnos el reglamento fascista e inconstitucional que prohibía la organización política de los estudiantes, destruir la currícula estafadora impuesta por los empresarios y hacer de la universidad un caldero de propuestas, un arma revolucionaria a la medida de las circunstancias que nos había tocado vivir.
Gracias a ello, nacen los diversos talleres y conversatorios que CEPEDEH organizó, según la magnitud de los hechos. El primero que realizamos fue un foro titulado “Medio Ambiente en Caos y Especies en Peligro”, a fines de septiembre. En él, tocamos cuatro puntos fundamentales, el activismo social apuntando hacia la lucha de clases, o sea, el socialismo y el cuidado de los recursos naturales, o sea, el ecologismo; también denunciamos los decretos que Criminalizan la Protesta Social, los faenones, la lotización de la Amazonía y la actitud apañadora de la prensa capitalina frente a estos hechos.
Pocos meses después, en el marco de la prohibición de la píldora del día siguiente, hicimos otro foro estudiantil para tocar el tema del aborto desde un punto de vista legal, social y político. Además, en los periodos inactivos del colectivo, aprovechábamos para conocer otros espacios donde ampliar las bases de las juventudes y cooperar en las luchas de los trabajadores. Es así como, después de tropezar en distintos movimientos y sindicatos, logramos formar entre los jóvenes de todas las universidades de Trujillo la Red Juvenil de Derechos Humanos y, entre los adultos, la adherencia a la propuesta de Tierra y Libertad.
Sin embargo, a medida que íbamos formándonos ideológicamente y definiendo las acciones, la efervescencia producida durante la masacre en Bagua disminuyó y no pasó mucho tiempo para que las juventudes enfriaran su fiebre solidaria; sumado a ello, varios sucesos desencadenados posteriormente a la Marcha de la Paz ocasionaron el principio del fin de nuestra breve conciencia colectiva.
En mi caso, el primer golpe que me empujó hacia las sombras del aislamiento fue el súbito e inesperado retiro de la colaboración en la revista Día30. Hasta ese momento, había conseguido ser el coordinador general y ese cargo, de alguna forma, era la apertura a nuevos contenidos. Teniendo la conciencia popular clara y definida, contactos e información, lo único que faltaba era pulirnos como redactores para que el espacio fuera una tribuna revolucionaria no sólo en la información, sino también en el estilo y el formato.
Pero la idea de utilizar la revista como un espacio de difusión de ideologías y propuestas al servicio de la superación social, se desmoronaron con la misma velocidad que se desmorona un castillo de naipes. Paralelo a la sorpresa de mi reemplazo en el cargo mencionado, se censuraron dos textos que había escrito respecto a conflictos en la Universidad Privada Antenor Orrego y la masacre en Bagua. Esa actitud fue lo último que recibí por parte del comité encargado de la revista, ya que al inicio del nuevo ciclo no se me volvió a convocar a la participación de nuevos escritos ni a la solución de sus crisis, manteniéndose ese exilio hasta el día de hoy.
Pero la censura y la expulsión que sufrí en aquella revista no fueron tan graves como el aislamiento y el rechazo que sufrió CEPEDEH en la masa estudiantil. Si bien es cierto, durante las movilizaciones que hicimos para invitar a los estudiantes a solidarizarnos con los hermanos de Bagua fuimos acogidos por las juventudes, estaba claro que también éramos elementos peligrosos para aquellos que temen un cambio y desean continuar su vida como siempre la han conocido. Por lo tanto, era obvio que esta gente no se quedaría tranquila de ver cómo les derrumbábamos sus obsoletas normas. Antes que eso, nos derrumbarían a nosotros.
A partir de ese momento, se sembró y esparció una campaña terrorista contra nosotros por todos los espacios donde habíamos estado. Jóvenes de las universidades que, en su momento, apoyaron en un 100% las actividades, repentinamente se alejaron. Algunos alertaban temores de seguir por este camino, otros, simplemente, se los tragó la tierra. Sumado a ello, los compañeros y las compañeras que estuvimos metidos en CEPEDEH, impulsándolo con mayor compromiso, nos fuimos separando por razones personales. Algunos decidieron irse de Trujillo porque habían asumido que acá era imposible sembrar semillas de revolución: creían que no había otra salida que irse a Lima. No obstante, los que quedamos acá, seguimos impulsando CEPEDEH, asumiendo que el espacio donde se tenía que armar el organismo y convocar a los estudiantes era mi universidad.
El acuerdo se determinó de esa forma porque, de los que quedábamos, en su mayoría, éramos de la UPN –sólo un compañero era de La Nacional –; además, llegamos a la conclusión de que mi universidad era un espacio virgen donde nunca se habían tocado estos temas ni se habían impulsado estos organismos y creímos que ése era un buen argumento, ya que no chocaríamos con oxidados arquetipos respecto a la política.
Sumado a ello, en el verano del 2010, el rector convocó a un puñado de jóvenes de las facultades de arquitectura y comunicaciones; jóvenes que, según explicaron, eran verdaderos representantes de su facultad. La razón por la que hubo dicha reunión fue la catastrófica respuesta por parte de los estudiantes en una encuesta que realizaron. El objetivo era conocer las causas y proponer sus soluciones. Por lo tanto, pese a que el espacio y la convocatoria había sido totalmente distinta a la que se acostumbró en CEPEDEH, era evidente y tentadora la oportunidad de denunciar los abusos en la universidad y manifestar nuestras inquietudes: por primera vez se había invitado a un muchacho militante a dar un punto de vista y por primera vez se me abría una puerta verdaderamente útil.
La reunión había sido prometedora, ya que se acordó, bajo promesa, que el rector nos enviaría un borrador de reformas a raíz de las cuestiones demandadas y nosotros las supervisaríamos agregando acotaciones de ser necesario. Parecía que todo fluía acorde a los planes que se había diseñando al interior de CEPEDEH.
Del fracaso a la victoria
Nunca sabré si verdaderamente hubo un complot por derrumbar los deseos de los estudiantes o simplemente nos tantearon y supieron que no éramos capaces de nada; lo que sí tengo claro es lo que pasó después: catástrofe total. El rector nunca nos envió las reformas, ni sus disculpas ni nada. A raíz de eso y de nuevos abusos –como el alza injustificada de las pensiones –, me atreví a escribirle una carta, creyendo inocentemente que recibiría el apoyo masivo de los estudiantes y que todos pujaríamos por imponer nuestra posición.
Casi nadie manifestó su apoyo y, quienes lo hicieron, no eran los indicados para ponerse a la cabeza de esta nueva lucha. La suerte, una vez más, estaba jugada y teniendo a la soledad como testigo, los siguientes actos, tercos y polarizados, sólo lograron aislarme y expectorarme del devenir estudiantil. Por las aulas de mi facultad corrieron leyendas totalmente descabelladas pero altamente arrolladoras, creándome una imagen de renegado y subversivo que terminó espantando a los estudiantes. Hablar de política era un caso perdido porque las personas que en un momento tuvieron un acto solidario y formaron CEPEDEH, se alejaron completamente y se mantuvieron, ya sea por miedo, flojera o ambas cosas, tácitos en lo que ocurría, negando cualquier vínculo que en algún momento los relacionó. Sumado a ello, la ira y el rechazo por parte de los profesores y alumnos neoliberales, generó el combustible que hizo cenizas todo lo que en su momento se había realizado, utilizando sus medios para difundir descaradamente su propaganda aterrorizadora.
¿Qué queda, entonces, de todo lo que hicimos? Desde el punto de vista objetivo, nada, porque CEPEDEH, el colectivo, se ha quebrado y los miembros que apoyamos en su formación nos hemos alejado; actualmente, cada uno lo impulsa desde los diversos espacios que las circunstancias nos han ido presentando, adaptándonos a una nueva etapa de nuestras luchas y vidas.
En mi caso, debido a nuevas obligaciones que se me han venido presentando, me he limitado a recoger los pedazos rotos y rescatables de Runakuna que, tras fuertes crisis similares a las que ha sufrido CEPEDEH, reinicia nuevamente, corrigiendo viejos defectos y optando por nuevas acciones.
Pero la vida del hombre y las relaciones humanas no se limitan sólo a lo objetivo, a los hechos. La vida también es un archivo de aprendizajes, ideales, sentimientos y propuestas. Desde ese punto, CEPEDEH es mucho para quienes pensamos que podemos cambiar el mundo desde nuestra condición de seres humanos comunes, de estudiantes y trabajadores, hombres y mujeres convencidos en que sólo a través de la unión está la verdadera fuerza y que para lograrlas, es necesario aprender y aceptar a los demás, sin complejos de superioridad ni aires de imposición.
Desde este punto de vista, nuestra Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos es y será siempre un saco cargado de vivencias y sueños que siguen más legítimos y vigentes que nunca, dispuestos a reinventarse y ejecutarse en el momento y espacio que les sea otorgado.
Todo ello nos impulsa nuevamente a prepararnos con mayor agudeza de como lo hicimos la vez anterior, tomando todos los espacios que nos sean posible para escuchar y que nos escuchen. Pues, si bien fueron ellos los que ganaron la mencionada batalla, queda claro que aún falta conocer el resultado de esta guerra. Por ello, no debemos extraviar ni una semilla de revolución. Debemos utilizar todos los espacios, todas las tierras y todos los arados para sembrar nuevamente y confiar en nuevos resultados.
En mi caso, conociendo y comprometiéndome con los temas relacionados a la realidad de mi pueblo y sus alternativas de superación; pero, sobre todo, en la insistencia de cooperar a través del arte y la poesía, la creación y la imaginación como verdadera finalidad de todos estos deseos.
Respuesta a la ficha de postulación para el XIV Taller Descentralizado de Formación Integral en DDHH
El periodo en el que fui universitario –época en la que esclarecí mis ideas y definí mis acciones –fue un momento particular en un mundo que agoniza entre sus escombros. Un paquete de cuatro años consecutivos trajo consigo la memoria de sucesos que cambiaron el curso de la humanidad, siendo particularmente acogidos y realizados por veinteañeros como yo.
Algunos de estos hechos fueron la muerte del Che Guevara, la revuelta estudiantil de mayo del 68, la matanza de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en México, Woodstock, el triunfo de la Revolución Cubana, la Reforma Agraria, el ascenso de la Unidad Popular, entre otros. Era lógico, entonces, que si estos sucesos agitaban mi corazón, me uniera a las filas de revoltosos que ansían nuevas alternativas de vida, distintas a la que insolentemente se nos han impuesto.
Paralelo a ello, durante esta época, en el país ocurrieron hechos que confirmaron lo que en el pasado y en los libros había encontrado. El 28 de abril del 2007, el Tribunal Constitucional lanzó los decretos 982, 983, 988 y 989 que criminalizan la protesta social bajo el argumento de pandillaje pernicioso, secuestro agravado y apología al terrorismo. Esta ley trajo consigo un baño de sangre de víctimas, cuyo único delito fue denunciar el abuso, olvido y la subordinación al que fueron sometidos. Además, estos crímenes, ejecutados por policías y militares, evidenciaron el deseo de “limpieza” por parte del Estado para cumplir su deseo de mostrar el rostro de un pueblo condescendiente a ceremonias bataclanas, como la CADE y la APEC.
Considerando estos hechos ¿cómo era posible que, mientras contemporáneos míos como Jonathan Condori eran despiadadamente asesinados por un ejército al servicio de un gobierno traidor, corrupto y criminal, en las aulas de mi universidad los jóvenes tuviéramos nuestras cabezas en asuntos banales, como la diversión adormecedora, el consumismo alienante o los problemas triviales del hogar? ¿Qué se creían nuestros representantes, que su cargo era un contrato que los hacía dueños de nuestras tierras y de nuestras vidas, manejándolas a su antojo? ¿Era admisible, acaso, que ese mismo gobierno recibiese descaradamente a George Bush, el líder de la república genocida en todo el mundo, la misma que en los años 60 trató de sofocar a heroicos pueblos como Vietnam del Norte y Cuba por medio del Napalm y el bloqueo económico y que, en el periodo que pisó nuestras tierras, estuviera en plena guerra contra otro pueblo (Irac), guerra que él mismo había montado para saciar sus deseos mercantilistas? ¿Qué esperaba el señor Alan García, que lejos de levantar nuestra voz de rechazo y protesta, callaríamos sonrientes y de rodillas?
No se podía estar de acuerdo con semejante barbarie. No aceptábamos estos hechos y no se los perdonábamos a los responsables; menos, la actitud de quienes sabiendo la magnitud de las consecuencias, hacían de cuenta que nada ocurría o peor aún, que no dañaban. El abuso y la hipocresía fue el combustible que encendió pequeñas llamas en una pradera de ignorancia, miedo y desinformación.
Pero la furia y las acciones, como todo en la vida, fueron progresivas, de menos a más. Al principio me limitaba a escuchar las grandes hazañas de unos pocos maestros que lograron sembrar la semilla de la revolución: gente valiosa, cuyo único deseo es ser testigos de un despertar juvenil. Gracias a ellos, poco a poco utilizaba las propuestas que tenía a mi alcance para descargar estos sentimientos que estaban dentro de mí y que son legítimamente vigentes.
Una de las primeras tribunas fue la revista Día 30, un proyecto nacido en mi facultad que, de no haberse frenado ante el silenciamiento de los poderosos ni haberse corrompido en sus objetivos y temas, hubiese sido, tal vez, una verdadera tribuna revolucionaria manejada por los jóvenes y dirigida hacia las juventudes.
En ese espacio, por talento o necedad, lograba esquivar las banalidades de mis comisiones y ser insistente en las cuestiones que creo importantes: definir nuestra identidad de pueblo y clase, denunciar los horrores que había descubierto, sembrar una propuesta –que no era otra cosa más que unidad y lucha –e incentivar a realizarla.
Paralelo a ello, durante esta turbulencia, nace también Runakuna, un espacio que formé impresionado por Quilapayún, Víctor Jara, Inti Illimani, Violeta Parra, Rolando Alarcón, Illapu Silvio Rodríguez, Atahualpa Yupanqui, Carlos Puebla, Chico Buarque, entre muchos, que utilizaron al arte y, particularmente al canto popular, como un arma de lucha, unidad, cambio y revolución.
Los tiempos avanzaron y el camino se fue ampliando: las experiencias y verdades recogidas en las esparragueras gracias a los trabajos de verano, nuevas compañeras y compañeros que me hicieron entender la amplitud y la diversidad del mundo y, las alternativas sembradas por el arte, dilataron el camino de reforma y afianzaron mi horizonte. La suerte estaba echada y no había otra alternativa: era cuestión de tiempo y un último empujón para que todo fluyera en coherencia a lo que se estaba gestando. Este fue el preámbulo que dio origen a lo que más adelante sería la Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos, CEPEDEH.
Luego de haber participado en la protesta contra el alza de los pasajes de transporte público que los estudiantes de la Universidad Nacional de Trujillo habían organizado, llegó el famoso 5 de junio sangriento, el “Baguazo”. Para ese momento, varios estudiantes ya conocíamos el atropello del Estado dominado por el partido aprista y el neoliberalismo, no sólo a través de los diarios, sino también en carne propia. En una hazaña que se organizó en repudio a la llegada de George Bush, unos compañeros fueron injustamente arrestados en medio de la noche por el Servicio de Inteligencia Nacional y acusados por la prensa fascista de terroristas y pandilleros. De igual forma, otro compañero fue brutalmente golpeado por el mismo organismo en un acto de solidaridad con los sindicalistas azucareros y, durante el proceso que dio origen al 5 de junio, varios compañeros, tanto bagüinos como trujillanos, estuvieron al tanto de la situación y alertando sus consecuencias a los estudiantes.
Del ideal a la acción, de la acción al fracaso
El día 5 de junio, a las 9pm aproximadamente, un noticiero había informado los crímenes ocurridos en Bagua. La prensa oficial, sirvienta del sistema, dio a entender que los responsables de aquel suceso eran los indígenas que, según ellos, en un acto “terrorista”, se habían opuesto al “desarrollo” del país. En ese momento, un muchacho de mi facultad me comunicó que habría una reunión a primera hora del día siguiente para manifestar nuestra solidaridad.
Era frío y oscuro aquel sábado en el que un puñado de jóvenes nos reunimos en la casa de unos compañeros de Bagua para saber, a viva voz, lo que verdaderamente estaba ocurriendo. Después de llegar a unos acuerdos, salimos decididos a denunciar abiertamente la masacre de la que ya todos estábamos enterados.
Al principio, denunciábamos los crímenes casi a ciegas, recopilando una que otra noticia, enlazándola con la información pasada e invitando a los transeúntes a sacar sus propias conclusiones. No dudamos un momento en alzarnos y revelar los horrores ocurridos: de calle en calle, conversábamos con jóvenes y les explicábamos lo que estaba ocurriendo para invitarlos a solidarizarse con las víctimas de los crímenes realizados por el APRA.
Todo ello iba teniendo cierta reciprocidad, pero sabíamos que no bastaba la solidaridad y la intención: era necesario saltar de lo subjetivo a lo real, ser portavoces de lo ocurrido y narradores de los hechos para que a través de la lógica, naciera la acción solidaria como respuesta consecuente a la ética y la conciencia individual.
Bajo ese criterio, hicimos una especie de periodismo callejero y descubrimos cosas que hasta el momento eran increíbles para nosotros, asumiéndolas como imposibles en nuestro espacio y tiempo: los crímenes ocurridos en Bagua eran más graves de lo que pensábamos… cuerpos agrietados por balas militares, la DINOES a cargo del operativo, cadáveres desaparecidos, estado de sitio en la zona, policías degollados y un ejército confundido que fue a enfrentar a sus hermanos por S/. 6.50; era como vivir una película de Costa Gavras a cada momento.
Pero increíble fue también la reacción de los estudiantes y algunos profesores. Los espacios que utilizamos para las asambleas que salían del momento eran llenados por jóvenes que participaban de lo que nosotros explicábamos y sustentábamos a través de las llamadas telefónicas que recibíamos o de los videos que encontrábamos. Además, con cada asamblea realizada, el puñado de jóvenes que iniciamos esta movida, fue convirtiéndose en un cordón de compañeras y compañeros que se unieron a todo el proceso de organización y difusión.
Durante esa semana, había un equipo que apoyaba en todo: estaban los compañeros que se pasaban horas de horas investigando en internet, recopilando información, descubriendo que el mundo entero denunciaba esta masacre y que sólo en el Perú había un silencio terrorista, los que nos daban breves cátedras de terminologías y etimologías para entender perfectamente la situación y los argumentos, los que nos abrían los espacios que creíamos imposible abrirse para estas circunstancias –como la sala de conferencias de mi universidad –, los que salíamos a conversar con los estudiantes, explicarles los hechos de la manera más entendible e invitarlos a unirse a lo que estábamos haciendo y los que se encargaban de registrar estos actos.
Si bien la masacre en Bagua fue un acto desgarrador e imperdonable, es cierto también que esta herida trajo consigo la conciencia de jóvenes que jamás habían sido conscientes y la participación comprometida de los que hasta ése momento se mantenían distantes.
La solidaridad en nuestra pequeña comuna fue fuertísima y los lazos que se forjaron fueron robustos. Durante toda esta ola, no sólo se hablaba de la masacre en Bagua –que era el tema principal en las reuniones –, sino que se discutían diversas alternativas que debíamos tomar para que los jóvenes tuviéramos una voz formal en los asuntos políticosociales de nuestros pueblos. En ese momento, además del asunto ocurrido en la zona norte de la Amazonía, 280 conflictos internos teñían de sangre las diversas regiones del país y nosotros seguíamos atentamente estos actos: protestas en Cuzco, Puno, Ayacucho, La Oroya, Cajamarca, Pataz, Callao y Trujillo iban marcando nuestras ideas y focalizaban los centros de acciones. Además, dentro de mi universidad, estábamos ansiosos por tumbarnos el reglamento fascista e inconstitucional que prohibía la organización política de los estudiantes, destruir la currícula estafadora impuesta por los empresarios y hacer de la universidad un caldero de propuestas, un arma revolucionaria a la medida de las circunstancias que nos había tocado vivir.
Gracias a ello, nacen los diversos talleres y conversatorios que CEPEDEH organizó, según la magnitud de los hechos. El primero que realizamos fue un foro titulado “Medio Ambiente en Caos y Especies en Peligro”, a fines de septiembre. En él, tocamos cuatro puntos fundamentales, el activismo social apuntando hacia la lucha de clases, o sea, el socialismo y el cuidado de los recursos naturales, o sea, el ecologismo; también denunciamos los decretos que Criminalizan la Protesta Social, los faenones, la lotización de la Amazonía y la actitud apañadora de la prensa capitalina frente a estos hechos.
Pocos meses después, en el marco de la prohibición de la píldora del día siguiente, hicimos otro foro estudiantil para tocar el tema del aborto desde un punto de vista legal, social y político. Además, en los periodos inactivos del colectivo, aprovechábamos para conocer otros espacios donde ampliar las bases de las juventudes y cooperar en las luchas de los trabajadores. Es así como, después de tropezar en distintos movimientos y sindicatos, logramos formar entre los jóvenes de todas las universidades de Trujillo la Red Juvenil de Derechos Humanos y, entre los adultos, la adherencia a la propuesta de Tierra y Libertad.
Sin embargo, a medida que íbamos formándonos ideológicamente y definiendo las acciones, la efervescencia producida durante la masacre en Bagua disminuyó y no pasó mucho tiempo para que las juventudes enfriaran su fiebre solidaria; sumado a ello, varios sucesos desencadenados posteriormente a la Marcha de la Paz ocasionaron el principio del fin de nuestra breve conciencia colectiva.
En mi caso, el primer golpe que me empujó hacia las sombras del aislamiento fue el súbito e inesperado retiro de la colaboración en la revista Día30. Hasta ese momento, había conseguido ser el coordinador general y ese cargo, de alguna forma, era la apertura a nuevos contenidos. Teniendo la conciencia popular clara y definida, contactos e información, lo único que faltaba era pulirnos como redactores para que el espacio fuera una tribuna revolucionaria no sólo en la información, sino también en el estilo y el formato.
Pero la idea de utilizar la revista como un espacio de difusión de ideologías y propuestas al servicio de la superación social, se desmoronaron con la misma velocidad que se desmorona un castillo de naipes. Paralelo a la sorpresa de mi reemplazo en el cargo mencionado, se censuraron dos textos que había escrito respecto a conflictos en la Universidad Privada Antenor Orrego y la masacre en Bagua. Esa actitud fue lo último que recibí por parte del comité encargado de la revista, ya que al inicio del nuevo ciclo no se me volvió a convocar a la participación de nuevos escritos ni a la solución de sus crisis, manteniéndose ese exilio hasta el día de hoy.
Pero la censura y la expulsión que sufrí en aquella revista no fueron tan graves como el aislamiento y el rechazo que sufrió CEPEDEH en la masa estudiantil. Si bien es cierto, durante las movilizaciones que hicimos para invitar a los estudiantes a solidarizarnos con los hermanos de Bagua fuimos acogidos por las juventudes, estaba claro que también éramos elementos peligrosos para aquellos que temen un cambio y desean continuar su vida como siempre la han conocido. Por lo tanto, era obvio que esta gente no se quedaría tranquila de ver cómo les derrumbábamos sus obsoletas normas. Antes que eso, nos derrumbarían a nosotros.
A partir de ese momento, se sembró y esparció una campaña terrorista contra nosotros por todos los espacios donde habíamos estado. Jóvenes de las universidades que, en su momento, apoyaron en un 100% las actividades, repentinamente se alejaron. Algunos alertaban temores de seguir por este camino, otros, simplemente, se los tragó la tierra. Sumado a ello, los compañeros y las compañeras que estuvimos metidos en CEPEDEH, impulsándolo con mayor compromiso, nos fuimos separando por razones personales. Algunos decidieron irse de Trujillo porque habían asumido que acá era imposible sembrar semillas de revolución: creían que no había otra salida que irse a Lima. No obstante, los que quedamos acá, seguimos impulsando CEPEDEH, asumiendo que el espacio donde se tenía que armar el organismo y convocar a los estudiantes era mi universidad.
El acuerdo se determinó de esa forma porque, de los que quedábamos, en su mayoría, éramos de la UPN –sólo un compañero era de La Nacional –; además, llegamos a la conclusión de que mi universidad era un espacio virgen donde nunca se habían tocado estos temas ni se habían impulsado estos organismos y creímos que ése era un buen argumento, ya que no chocaríamos con oxidados arquetipos respecto a la política.
Sumado a ello, en el verano del 2010, el rector convocó a un puñado de jóvenes de las facultades de arquitectura y comunicaciones; jóvenes que, según explicaron, eran verdaderos representantes de su facultad. La razón por la que hubo dicha reunión fue la catastrófica respuesta por parte de los estudiantes en una encuesta que realizaron. El objetivo era conocer las causas y proponer sus soluciones. Por lo tanto, pese a que el espacio y la convocatoria había sido totalmente distinta a la que se acostumbró en CEPEDEH, era evidente y tentadora la oportunidad de denunciar los abusos en la universidad y manifestar nuestras inquietudes: por primera vez se había invitado a un muchacho militante a dar un punto de vista y por primera vez se me abría una puerta verdaderamente útil.
La reunión había sido prometedora, ya que se acordó, bajo promesa, que el rector nos enviaría un borrador de reformas a raíz de las cuestiones demandadas y nosotros las supervisaríamos agregando acotaciones de ser necesario. Parecía que todo fluía acorde a los planes que se había diseñando al interior de CEPEDEH.
Del fracaso a la victoria
Nunca sabré si verdaderamente hubo un complot por derrumbar los deseos de los estudiantes o simplemente nos tantearon y supieron que no éramos capaces de nada; lo que sí tengo claro es lo que pasó después: catástrofe total. El rector nunca nos envió las reformas, ni sus disculpas ni nada. A raíz de eso y de nuevos abusos –como el alza injustificada de las pensiones –, me atreví a escribirle una carta, creyendo inocentemente que recibiría el apoyo masivo de los estudiantes y que todos pujaríamos por imponer nuestra posición.
Casi nadie manifestó su apoyo y, quienes lo hicieron, no eran los indicados para ponerse a la cabeza de esta nueva lucha. La suerte, una vez más, estaba jugada y teniendo a la soledad como testigo, los siguientes actos, tercos y polarizados, sólo lograron aislarme y expectorarme del devenir estudiantil. Por las aulas de mi facultad corrieron leyendas totalmente descabelladas pero altamente arrolladoras, creándome una imagen de renegado y subversivo que terminó espantando a los estudiantes. Hablar de política era un caso perdido porque las personas que en un momento tuvieron un acto solidario y formaron CEPEDEH, se alejaron completamente y se mantuvieron, ya sea por miedo, flojera o ambas cosas, tácitos en lo que ocurría, negando cualquier vínculo que en algún momento los relacionó. Sumado a ello, la ira y el rechazo por parte de los profesores y alumnos neoliberales, generó el combustible que hizo cenizas todo lo que en su momento se había realizado, utilizando sus medios para difundir descaradamente su propaganda aterrorizadora.
¿Qué queda, entonces, de todo lo que hicimos? Desde el punto de vista objetivo, nada, porque CEPEDEH, el colectivo, se ha quebrado y los miembros que apoyamos en su formación nos hemos alejado; actualmente, cada uno lo impulsa desde los diversos espacios que las circunstancias nos han ido presentando, adaptándonos a una nueva etapa de nuestras luchas y vidas.
En mi caso, debido a nuevas obligaciones que se me han venido presentando, me he limitado a recoger los pedazos rotos y rescatables de Runakuna que, tras fuertes crisis similares a las que ha sufrido CEPEDEH, reinicia nuevamente, corrigiendo viejos defectos y optando por nuevas acciones.
Pero la vida del hombre y las relaciones humanas no se limitan sólo a lo objetivo, a los hechos. La vida también es un archivo de aprendizajes, ideales, sentimientos y propuestas. Desde ese punto, CEPEDEH es mucho para quienes pensamos que podemos cambiar el mundo desde nuestra condición de seres humanos comunes, de estudiantes y trabajadores, hombres y mujeres convencidos en que sólo a través de la unión está la verdadera fuerza y que para lograrlas, es necesario aprender y aceptar a los demás, sin complejos de superioridad ni aires de imposición.
Desde este punto de vista, nuestra Comunidad Estudiantil Pro Ecologismo y Derechos Humanos es y será siempre un saco cargado de vivencias y sueños que siguen más legítimos y vigentes que nunca, dispuestos a reinventarse y ejecutarse en el momento y espacio que les sea otorgado.
Todo ello nos impulsa nuevamente a prepararnos con mayor agudeza de como lo hicimos la vez anterior, tomando todos los espacios que nos sean posible para escuchar y que nos escuchen. Pues, si bien fueron ellos los que ganaron la mencionada batalla, queda claro que aún falta conocer el resultado de esta guerra. Por ello, no debemos extraviar ni una semilla de revolución. Debemos utilizar todos los espacios, todas las tierras y todos los arados para sembrar nuevamente y confiar en nuevos resultados.
En mi caso, conociendo y comprometiéndome con los temas relacionados a la realidad de mi pueblo y sus alternativas de superación; pero, sobre todo, en la insistencia de cooperar a través del arte y la poesía, la creación y la imaginación como verdadera finalidad de todos estos deseos.
Respuesta a la ficha de postulación para el XIV Taller Descentralizado de Formación Integral en DDHH
miércoles, 16 de febrero de 2011
Profecía de Chilam Balam (Anónimo, con la firma del pueblo indio de México)
A fines del siglo XV
un sacerdote indígena de Yucatán
lanzó una profecía negra
y una profecía roja.
Chilam Balam,
el sacerdote jaguar,
escuchó y transmitió
el mensaje de los dioses.
Ellos le hablaron a través del tejado;
montados,
ahorcajada sobre sus casas
en un idioma que nadie más
podía entender.
Echado en la estera,
Chilam Balam
fue capaz de recordar
lo que todavía no había ocurrido.
Los dioses se lo contaron
en vísperas de la conquista española.
El sacerdote,
que era boca de sus dioses,
anunció:
“Dispersados serán por el mundo
las mujeres que cantan
y los hombres que cantan
y todos los que cantan.
Nadie se librará,
nadie se salvará.
Mucho ahorcar habrá
y mucha será la carga de miseria
en los años del imperio de la codicia.
Habrá muerte súbita
y vómitos de sangre
y grandes montones de calaveras.
Bullir de guerras y años de langostas.
Los hombres esclavos han de serse,
serán ahorcados los jefes,
los príncipes, los profetas, los sacerdotes.
Perdida será la sabiduría verdadera.
Alzarán el cuello las ratas para morder,
alzarán el cuello las víboras para morder,
triste estará el rostro del sol,
se despoblará el mundo,
se hará pequeño y humillado”.
Pero no terminó allí
la profecía de Chilam Balam.
El sacerdote jaguar de Yucatán
también anunció:
“Vendrá el tiempo
en que se levantarán en pie de guerra
los viejos y las viejas,
los niños y los valientes hombres.
Se levantarán el palo y la piedra para la pelea;
morderán a sus amos los perros,
las ratas se devorarán entre sí,
los de tronos prestados,
los usurpadores,
vomitarán lo que traguen:
muy dulce, muy sabroso
será lo que traguen,
pero lo vomitarán.
Abandonarán el trono prestado
y se irán a las lejanías,
a los confines del agua
y ya no habrá devoradores de hombres.
Y entonces,
cuando termine la codicia,
se desatará la cara,
se desatarán las manos,
se desatarán los pies del mundo".
jueves, 28 de octubre de 2010
Cuando se es en donde no sirve ser
Qué hacer
con las canciones
que no encuentran su voz,
con las palabras
donde escasea el papel,
con los colores
en un mundo gris,
con las ideas
si no hay cerebros.
Con la lucha
en un mundo mediocre,
con los senderos
entre los cojos,
con la arcilla
frente al manco
con la belleza
entre tanto ciego.
Qué hacer
con la verdad
entre los mentirosos,
con las ansias
entre los viejos,
con la rabia
entre los contentos,
con la vida
entre tanto muerto.
Con las lágrimas
si no hay consuelo,
con los peines
entre los calvos,
con ideales
entre mundanos,
con un fósforo
en el hielo.
Qué hacer
con la honestidad
si solo hay traidores,
con las ganas
entre desganados,
con la firmeza
entre los quebrados,
con la osadía
entre tanto cobarde.
Qué hacer, sino,
fortalecer los brazos,
nadar a contra corriente
o ahogarse en pleno tramo.
con las canciones
que no encuentran su voz,
con las palabras
donde escasea el papel,
con los colores
en un mundo gris,
con las ideas
si no hay cerebros.
Con la lucha
en un mundo mediocre,
con los senderos
entre los cojos,
con la arcilla
frente al manco
con la belleza
entre tanto ciego.
Qué hacer
con la verdad
entre los mentirosos,
con las ansias
entre los viejos,
con la rabia
entre los contentos,
con la vida
entre tanto muerto.
Con las lágrimas
si no hay consuelo,
con los peines
entre los calvos,
con ideales
entre mundanos,
con un fósforo
en el hielo.
Qué hacer
con la honestidad
si solo hay traidores,
con las ganas
entre desganados,
con la firmeza
entre los quebrados,
con la osadía
entre tanto cobarde.
Qué hacer, sino,
fortalecer los brazos,
nadar a contra corriente
o ahogarse en pleno tramo.
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